Su mordaz visión de las redes sociales, la ingeniería
militar, los avances médicos y los videojuegos completaron el nuevo panorama
que "Black Mirror" hace del futuro tecnológico que, seguramente, nos aguarda. En
esta tercera sesión vimos una imagen menos sombría con respecto a las
anteriores, pero igualmente perturbadora. Con el apoyo de Netflix, se instaló como una de las series del año.
"Black Mirror" se presentó en sociedad en 2012 con una
primera temporada, de tres capítulos, que llamaron poderosamente la atención y
fueron éxito de crítica. Un año después llegaba la segunda temporada, igualmente
genial. Y en 2014, mucho antes de la tercera temporada, la serie nos sorprendió
con un episodio especial de Navidad titulado “White Christmas”, el que nos
presentaba a Rafe Spall y Jon Hamm cohabitando un refugio
azotado por una ventisca de nieve. Dos personajes que apenas se habían dirigido
la palabra durante los cinco años que llevan viviendo en el lugar y que, con la
excusa de la Navidad, iniciaban una conversación. “White Christmas” fue tan
sobresaliente e imaginativo que sobrepasó a la crítica y produjo tal revuelo
que catapultó la expectativa para la tercera temporada, la que venía, esta vez,
de la mano de Netflix.
Fueron seis capítulos que mantuvieron la línea crítica o filosófica
de las nuevas tecnologías, pero todos mostrando una estética diferente y una dirección
y ritmo individual, lo que hizo de cada uno una experiencia única en sí misma.
En “Nosedive” nos deleitó esa estética naif, la que escondía
un mensaje aterrador en su interior. Pura sátira de una sociedad en la
que lo único que importa es la puntuación de una aplicación muy parecida a Instagram.
La fantástica Bryce Dallas Howard brilla con luz propia en una interpretación
estudiadamente paródica, en el episodio más alto a nivel estético pues la
magnífica fotografía y su paleta cromática otorgaron una irrealidad que ambientó a la perfección una estupenda sátira sobre la dictadura de las
apariencias. “Playtest” es el capítulo más oscuro, una auténtica pesadilla de
estructura clásica que apela a nuestros miedos más primarios y consigue hacernos pasar un verdadero mal rato (todavía no me saco de la cabeza esa horrible araña
con rostro humano). “Shut up and Dance” es otro de los que recuerda a los
inicios de la serie, pues con una premisa muy simple consigue mantener en vilo
al espectador.
“San Junipero” es el capítulo más emocional y esperanzador; la
premisa de usar la tecnología para alargar una historia de amor le dio una
fuerza sin igual al guion, lleno de mensajes, de sentido humano, sin dejar
de mencionar que pasearse por distintas épocas, anunciadas por la música que
estaba de moda en ese momento, fue otro punto a favor de los guionistas; Booker
jugueteó con nuestro cerebro mientras que, con la otra mano y sin percatarnos, se abrió camino hasta nuestro corazón. El capítulo
está dirigido por Owen Wilson, director que ya estuvo al frente de “Be Right
Back”.
“Men against Fire” nos sitúa en un mundo postapocalíptico
donde la tecnología es utilizada como arma de guerra. Este capítulo está
dirigido por Jakob Verbruggen, quien ha participado en capítulos de “House
of Cards” y evoluciona hasta convertirse en una seria advertencia sobre la
deshumanización del soldado. Se separa un poco de los demás episodios al dar un
mensaje mucho más actual (me recordó a “Gattaca”). “Hated in the Nation”
es extraordinario. Un capitulo perfecto para cerrar por su categoría de
thriller policial filmado con un pulso que ya quisieran muchas producciones del
género y que combina, perfectamente, el suspenso y la acción con la denuncia a
los desproporcionados “linchamientos” a través de herramientas como Twitter.
Recuerda mucho a la primera película de “Los Archivos Secretos X”. Este es el
episodio más largo de la temporada y está dirigido por James Hawes, muy
conocido por estar al frente de "Penny Dreadful”.
Esta tercera temporada es mejor que la segunda y, en algunos
capítulos, llega a la brillantez de “White Christmas” o del tercer episodio de
la primera. Pero sí es claro que hubo una evolución atreviéndose con nuevos
enfoques y formatos e, incluso, a renunciar a la desesperanza que la ha hecho
famosa (“San Junipero” es un ejemplo). Pero más allá de eso, Black Mirror sigue
descuerando, con un salvajismo cuidado, a la raza humana, mostrándose ahora más
sutil y ligeramente más inspirada. El nivel de producción continúa alto o
incluso un punto arriba con un estupendo trabajo de fotografía y el habitual
acierto de la música. Lo mismo puede decirse del nivel actoral de su
acertadísimo casting.
El duplicar el número de episodios también permitió tener
terreno suficiente para introducirse en géneros cinematográficos no transitados
hasta el momento, como el policiaco o el bélico, contando con una amplia
variedad de estilos de dirección. ¿Expectativas cumplidas? Claro que sí. La
serie, ante todo, sigue siendo extraordinariamente fiel a sí misma y no ha
perdido ni una pizca de lo que la hace tan especial y diferente.
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