Las miniseries históricas han
sido sello de HBO. Desde "Mildred Pierce" hasta "The Pacific", las
propuestas han ganado en intensidad y dramatismo, pero hacía tiempo que no
lograban un impacto tan potente como el provocado por "Chernobyl".
Después del final de "Game of
Thrones", del cual se hablaba desde el año pasado, creíamos que HBO iba a
descansar en los laureles de finalizar una producción tan apoteósica y que
durante 8 años fue su caballito de batalla. Estos grandes esfuerzos por
visibilizar la relevancia de la serie medieval, dejaron en segundo plano a
otras propuestas que la cadena tenía en preparación, lanzando al sacrificio (ir
después de GOT era arriesgado) y casi sin publicidad, a una
miniserie cruda y dura, basada en una de las mayores catástrofes de la humanidad. "Chernobyl" se
sobrepuso y se sostuvo en base a actuaciones descomunales, un guion sólido y
perfecta ambientación, todo sostenido en el principio de que los hechos
pueden negarse, pero que siempre van a estar ahí. El castigo a Valeri Legasov
por decir la verdad ayuda a enfatizar la tesis de Craig Mazin, usando la figura
de la KGB como depurador. Cuando se empeña en negar esa verdad, en ignorarla,
en construir una red de mentiras para invisibilizarla, se acaba pagando un precio
gigantesco.
El accidente nuclear expuso la
mezquindad de las instituciones, las serviles, las que purgaban a todos los que
creyeran que, al exponer lo que funcionaba mal, se ponía en peligro a la nación. La miniserie traza, además, la conexión entre aquella URSS en declive con
los políticos actuales (como los de Estados Unidos), obcecados en tachar de
noticias falsas todo lo que contradiga sus discursos.
"Tendremos nuestros villanos,
tendremos nuestros héroes y tendremos nuestra verdad". Conceptualizada para no
darnos respiro, el relato se centró en la enormidad de la catástrofe y de las
mentiras oficiales. Acá reposan las claves de su tremendo éxito, ejemplificadas en imágenes editadas y fotografiadas con perfección: la matanza de los animales, las
terribles imágenes de los muertos en vida, la debacle en los hospitales, las
consecuencias físicas y familiares de la exposición a la radiación, y el
momento del juicio, son solo algunos de los más álgidos y que la transforman en
una extraordinaria producción. Si analizamos el juicio como la oportunidad de la
justicia, Mazin recurrió a enfatizar la explicación con tarjetas rojas y azules,
junto con los flashback hacia aquella noche, para construir un ascenso en
tensión hacia la explosión misma, pero también hacia el testimonio de Legasov,
de quien no sabemos si dirá en público que el gobierno sabía que el reactor
tenía una falla de diseño. La recreación del juicio es magnífica; no hay música
dramática ni efectos especiales, sólo tres personas, una gran verdad, el peso
de las muertes, el descrédito a la ciencia, el fin de una nación, las
nulas esperanzas.
Con su mezcla de imagen vintage, recursos
del cine de terror apocalíptico y su aire soviético en la trama política y de conspiración, "Chernobyl" nos
ubicó con maestría, en 2019, en el
corazón del desastre nuclear que la historia contemporánea parecía haber
olvidado. Las escenas finales, donde la miniserie se arroba su cuota
documental, nos muestran que hasta hoy la zona está abandonada y que se debió
construir un nuevo escudo, el que promete durar 100 años; a pesar de eso, la ciudad
aún es sumamente radioactiva. ¿Cómo comprendemos el convivir con ese miedo?, ¿Cómo nos hacemos
parte de una reflexión ante el devenir energético, cuándo las economías aún no se
la juegan por las energías limpias y el presidente norteamericano desacredita
mundialmente el fenómeno del calentamiento global?. "Chernobyl" dio en el clavo
a nivel de producto televisivo y logró que muchos
ya hayan olvidado la fantasía de "Game of Thrones" porque la realidad es aún más aterradora, es una que se te mete en la mente y que siembra la duda de si
acaso es posible que vuelva a producirse una catástrofe de tal magnitud en la
era de las fake news.
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