A quienes la abandonaron después de su tercera o cuarta temporada, es deber señalarles que se están
perdiendo la serie más consistente del momento. Considerando la actualidad
mundial que ha tomado, como bastiones políticos, la paranoia y el sesgo mediático,
expresado a diario en las redes sociales y leído, con lucidez, por los
guionistas, su posición es inmejorable para develar la oscuridad que hay detrás de aquello llamado "inteligencia".
“Sin Nick Brody no hay serie”.
Mucho se leyó de aquello en el pasado de “Homeland”, una de las series más
premiadas de la última década y que acaba de finalizar su 7ª temporada. Las anteriores,
nos mostraron a la patriota Carrie Mathison instalada en medio del conflicto palestino-israelí,
dirigiendo la inteligencia en Medio Oriente y, luego, trasladándose a Europa cuando la maternidad le
hizo el ruido de buscar una vida más normal para su hija. Porque en “Homeland”
nada es normal si debes luchar contra los enemigos de Estados Unidos.
Es cierto que hubo temporadas flojas,
pero la anterior y en ésta que acaba de terminar, hay nuevos aires que han refrescado el guion y
que le dieron nuevo impulso a la historia, aprovechando los rincones más
repugnantes de internet para lograrlo. Gracias a los dos ejes ensamblados en el
guion (la paranoia y las fake news), la propuesta nos entregó una temporada excelente, con momentos dignos del mejor cine clásico de espías. ¿Fue demasiado
loco crear a un provocador de internet, como O’Keefe, o que Twitter fuera revelado como
plataforma para echar a andar una misión contra Estados Unidos?. No, no es
nada loco. Menos en un mundo en el que Donald Trump es presidente.
Más que nunca, "Homeland” le
hizo justicia a su nombre y nos permitió reencontrarnos con lo mejor de la
serie: un argumento que exprime la actualidad con un prodigioso sentido de la
oportunidad. Alex Gansa y Lesli Linka Glatter hicieron un trabajo brillante en
su interpretación de la política actual y de las nuevas relaciones que se están
instaurando entre países; nos propusieron otra vuelta de tuerca y el resultado
no defrauda en absoluto.
Observamos una administración
dividida y una revolución en aumento, pero también nos mostró la vengativa
cacería de brujas que habría dentro de las propias agencias. Saul Berenson y Yegveny Gromov (gran trabajo de Costa Ronin, quien también lo está dando todo en "The Americans") estaban dispuestos a sacarse los ojos.
El guion siguió
desarrollando el concepto de las fake news (noticias falsas) y los turbios
movimientos de poder, para dejar en claro que esto está movido por muchos intereses,
económicos por sobre todo. El capítulo 4 (“Like a bad at Things”), dirigido
brillantemente por Alex Graves, o el capítulo dedicado a Twitter, instalan
la idea de que Carrie terminará muy mal; cuan hombre araña, aparece siempre aferrada
a los dos extremos del tren, esforzándose, de manera heroica, para mantenerlos unirlos. A pesar de
declarar que estaba tomando sus medicinas y que había abrazado la maternidad,
nada impedirá que ese sentido de la responsabilidad para con su país la ponga
en un tremendo riesgo, al punto de trepar un edificio para ir por su objetivo,
al punto de ser tomada prisionera, al punto de entregar la custodia de su hija,
al punto de perderse como ser humano.
Pero el guion también ganó con la
incorporación de secundarios potentes, los que tomaron un control de la trama y que
aportaron a que cada episodio se viera
como la orilla del precipicio, con la conspiración siempre presente. Al final,
no solo el futuro de Carrie está en riesgo.
Ganadora de los Writers Guild Awards,
los Emmys, los American Film Institute,
los Critic’s Choice Awards, el Globo de Oro. “Homeland” se enfrenta a la que
será su temporada final más fresca y relevante que nunca porque, hoy por hoy, aparece
en inmejorable posición para abordar todas estas cuestiones que son total
actualidad para las políticas de Estado, y eso la hace más valiosa que antes.