Su solo nombre atrae. No son
pocos los que gozamos con las biopic de ciertos personajes, sobre todo cuando
han sido tan singulares y controversiales
como Freud. La nueva historia disponible en Netflix es todo menos una
serie sobre el fundador del psicoanálisis, es más bien una experiencia cercana a “Abraham
Lincoln:Cazador de Vampiros” y “Orgullo, Prejuicio y Zombies”, ficciones
que, con demasiada libertad, toman lo que
quieren del personaje histórico y de la literatura.
Creada por Marvin Kren, Stefan
Brunner y Benjamin Hessler, esta producción alemana nos muestra a un
joven Sigmund Freud (en una buena performance de Robert Finster,
actor desconocido por acá, pero con una interesante trayectoria en cine y
TV alemana) en la Viena de 1886, cuando al médico aún le faltaba camino por
recorrer para convertirse en autoridad del psicoanálisis. Por el contrario, la
trama lo sitúa en la época inicial de su carrera, cuando era ridiculizado por
sus postulados sobre la hipnosis, el inconsciente y las terapias que aplicaba.
Kren había confirmado que
no se trataba de una serie biográfica y dijo que utilizaría detalles del trabajo
de Freud para construir otro universo, para el cual añadió licencias narrativas
referidas al suspenso, hechos paranormales y algo de terror. Así, el
protagonista explora nuevos caminos dentro de la mente de las personas y ayuda
a resolver una sangrienta conspiración.
Tras el visionado, se percibe el aroma de otras dos originales de Netflix: “Mindhunter” y,
principalmente, “The Alienist”; podría ser descrita como la versión
paranormal de esta última, ya que la ambientación es muy similar, pero toca
temas que van más allá del mundo humano. Y es ahí donde la narrativa se torna
caótica, hay que estar atento y no juzgar a priori, ya que la realidad nos sitúa
en medio de imperios, ritos paganos, del pasado y del presente, y puede llegar
a agobiar, sin embargo, lo bien logrado que está el personaje principal y la
descollante performance de Fleur Salomé (Ella Rumpf) nos hacen continuar en el
camino.
Por supuesto que los conocedores
de la obra del laureado neurólogo podrán salirse rápidamente de la aventura,
aunque hay escenas donde se repasa su propuesta médica. Por ejemplo, en una de
ellas, el joven médico describe a la mente como una gran casa iluminada con la
luz de una pequeña vela, rodeada de cuartos oscuros y puertas cerradas. La
tarea del psicoanálisis sería abrir dichas puertas y lanzar luz a esos cuartos.
Pero sí, hay que reconocer que escenas tan inspiradas como esa, son las menos.
En la mayoría nos espera un Freud cocainómano y que asiste a sesiones de
espiritismo, pero así y todo, no es una serie predecible y está llena de plot twist
que ayudan a
desempolvar la historia.
Los creadores de “Freud” son
ambiciosos y cuidaron al máximo el diseño de producción, siendo la ciudad de Praga
la ambientación perfecta para esta entretención gótica y semi biográfica, cuando logra montar metáforas de algunos tópicos del psicoanálisis: la histeria de la
médium, el parricidio del cantante de ópera, las fantasías frustradas de uno de
sus colegas, Freud internándose en una
cueva para rescatar a una niña
secuestrada, o el policía absolutamente recto y que podría ser la
personificación del “super yo”. Más de
algún psicoanalista podría encontrar
divertido el ir reconociendo estas pequeñas asociaciones, las que también se
delatan en los nombres de cada capítulo.
Para el aficionado común, “Freud” está
llena de estilo, bien actuada, pero su
trama mezcla demasiados elementos algo inconexos y con los que más de alguien
podría desalentarse a seguir. Para quien está muy aburrido pasando la
cuarentena, es una buena opción. El mayor descubrimiento es la actriz Ella
Rumpf, la que bien podría haber sido la doble de Eva Green en esa belleza que
fue “Penny Dreadful”.