sábado, 2 de marzo de 2019

True Detective, temp 3: el mejor poema de Pizzolatto


No estaban Matthew McConaughey ni Woody Harrelson, pero el sello autoral del showrunner se sintió desde el primer episodio del regreso de “True Detective”. La serie de HBO volvió a los hombres dañados y a la Norteamérica profunda, teniendo muy claro lo que quería contar y perfilando un personaje en etapas, como hilo conductor.

“True Detective” es uno de los grandes paradigmas de la televisión de esta década. Se convirtió en fenómeno, creó un subgénero,   derivó en copias  y bajó a los infiernos tan rápido como llegó a la cima. Tras esta tercera temporada,  consigue volver a un sitial relevante no tanto por el “qué”, sino por el “cómo”, y en eso, el mérito absoluto es del creador Nic Pizzolatto. HBO decidió entregarle plena libertad creativa para esta sesión, siendo el esquema narrativo planteado, un verdadero riesgo: los saltos temporales.

"El mundo necesita hombres malos. Somos los que mantenemos a raya a los otros hombres malos", decía Rust Cohle en los inicios de la ficción. Porque los tipos de “True Detective” no son buenos,  se criaron en un tiempo y en un lugar en el que ser vulnerable y diferente no estaba permitido, por lo que el personaje central de esta tercera sesión debía ir ligado a esa máxima. Allí es donde el autor crea otro detective de compleja emocionalidad y se lo entrega en bandeja a Mahershala Ali, quien lo interpreta como una gran oportunidad de lucimiento y  recordándonos mucho  la temporada de Cohle y Hart; el recientemente oscarizado actor consigue aportar frescura a esta historia de hombres heridos por el dolor de las decisiones tomadas y los errores cometidos, junto con luchar por expiar esas culpas antes de perder la memoria por completo. Logró pasar, sin problemas, de interpretar a un hombre joven a un anciano lidiando con el Alzheimer,  imbuyendo a Hays un orgullo, una ira reprimida, tristeza y tanta humanidad en cada una de las líneas de tiempo que planteó la serie.


Con una idea muy clara de lo que quería del guion, Pizzolatto volvió  a la fórmula conocida: la atmósfera inquietante de la Norteamérica de décadas pasadas, el inteligente juego temporal que dosificó la información, la pareja central de detectives, la atmósfera  inquietante y  hermosamente lograda, la fotografía sin excesos.  Cada salto, cada memoria incompleta,  cada pista, nos fue envolviendo en ese desconcierto tan hipnótico de la atmósfera “True Detective”. Asistido por David Milch, Nic consiguió un relato mucho más ágil, y para ello fue fundamental contar con Jeremy Saulnier, curtido en el género gracias a películas como “Green Room” y quien dirigió los dos primeros episodios, planteando ese tono para lo que venía después.  Por parte de la edición, ésta destacó por no confundir las etapas en las que se mezclaba la historia y por ir dando datos precisos para  esa claridad; de hecho, en el penúltimo episodio ya sabíamos todo, Junius arrojó  las respuestas que la pareja había estado buscando y el capítulo final fue solo una radiografía de los dolores de la relación de Hays con su difunta esposa. La reflexión siempre fue sobre las relaciones y la soledad, y no tanto sobre el caso policial.


La escena que cierra la temporada, con Hays en Vietnam y perdido en la selva, es la clave de toda la temporada. En realidad Hays nunca salió de allí, de las misiones de reconocimiento. Se comporta como si estuviera ahí en 1980 y 1990 y, en 2015, la soledad proviene de ese Alzheimer que lo encierra en su cabeza. Se acostumbró a estar solo siempre, no entrando en diálogos muy reflexivos sino que expresando la emoción desde otras aristas; en este sentido, los rictus, posturas y guiños que logró sacar al personaje estando en la vejez, son excepcionales.

El guion dejó algunas preguntas son responder, siendo la más relevante el saber si reconoció a Julie o si la enfermedad le jugó una mala pasada. Cuando concluye que ella fingió su muerte y cuando finalmente la encuentra, no se da cuenta  que, posiblemente, esté parado junto a la chica  que buscó casi toda su vida. Hay que mencionar que Ali es el único protagonista y prácticamente no hay desarrollo para sus secundarios, sin embargo, Stephen Dorff cumplió un rol a la altura, empatizando con sus miserias y acoplándose a los clichés del policía deprimido, sobre todo en esa gran escena del bar, cuando el consuelo lo encuentra en un perro callejero. Carmen Egojo, por su parte, fue la pieza omnipresente que guía al final de toda la historia policial y que tanto los obsesionó a ambos; ese último encuentro tras leer el libro, y ella con la apariencia de 1980, fue un cierre a ese camino tortuoso y fueron parte de los todos los trucos que usó Pizzolatto para contar su poema de soledad.


El acento en la memoria, en el paso del tiempo (marcado por ese poema de Delmore Schwartz que Amelia lee en la universidad),  le confirió a la temporada un tono más reflexivo, siendo igualmente muy sólida. Las actuaciones  intensas, la densa  escritura de Pizzolatto, la dirección calibrada, la música triste de T. Bone Burnett, la cinematografía que cambia los matices para reflejar los distintos períodos de tiempo…todos estos elementos contribuyeron a que “True Detective” volviera a sus ruedos y saliera airosa, con un Mahershala Ali que nuevamente será protagonista de la temporada de premios por esta actuación y por el primer éxito de HBO, en un año donde debiera estar por sobre Netflix según la parilla que tiene anunciada, siendo este su primer batacazo.