Tras 8
temporadas y 95 episodios, “Homeland” llegó al final. Showtime emitió
“Prisoners of War”, titulado igual que la ficción israelí en la que se basó
esta historia sobre la patria, la lealtad, la oscura vereda política, la fuerza
de una mujer poco común. El cierre ha sido más que digno y volcado a la esencia
que Carrie Mathison mostró desde el episodio 1.
Claire
Danes y Mandy Pathinkin dieron vida a una historia basada en el
compromiso con la patria. Tal como lo dice Carrie en cada intro de esta
temporada final, “tras el 9/11 la gente se volvió loca”, tanto como para
anteponer su lealtad a la bandera ante otras cosas que para ella no tenían la
misma relevancia. “Homeland” fue una serie que se
adelantó a su época, porque muchos años antes de que el mundo clamara
por contenidos donde las mujeres tuvieran el protagonismo, esta producción se anotó un inmenso punto con una propuesta
muy robusta, en el corte argumental, y cuyo hilo conductor era una mujer que
viviría mil odiseas en su lucha por defender a Estados Unidos del terrorismo.
Carrie
Mathison no era una mujer cualquiera y de eso la prensa se dio cuenta
rápidamente. Desde la primera temporada, la serie ganó más de 60 premios y
recibió casi 170 nominaciones, incluyendo Mejor Serie de Drama frente a “Breaking
Bad”, “Game of Thrones” y “The Crown”. La
base del éxito estaba en su protagonista,
en su esencia paranoide que fue trabajándose de manera creíble, en términos
estructurales.
Para desarrollar el final, los productores decidieron volver al comienzo. Las guerras se
reiniciaron, los conflictos
internacionales continuaron, mientras Carrie se convertía en la sucesora
de Nicholas Brody; aquel héroe tildado de traidor, guio a nuestra heroína en su
desencanto de los ideales y a la lección de que debía funcionar según sus
convicciones. Todo eso regresó a la temporada final como una señal de esa línea
difusa entre lealtad e ingratitud.
Alex Gansa
y Howard Gordon recuperaron el pulso en esta última sesión, luego de varios
desvíos. Se volvió a la posibilidad de quebrar la paz, lo cual dio el
sustento para la verdadera idea de este final: el fantasma de la traición. Bajo
esa pista, Carrie retomó todas sus relaciones claves: con Saul, con Gromov, con
quien forjó una tensión sexual que evocó la que tenía con Brody, y con la CIA, la
que había dejado de ser un paragua protector para ella.
Esta última
temporada también venía con su retrato satírico sobre la política en
Washington, muy contemporáneo con la era
Trump. Así, la serie rememora las viejas
formas de la política internacional norteamericana, al tiempo que Carrie se movía
más allá de los ideales patrioteros. Pero
eso no era todo para terminar con 8 años de historia.
Los
productores lanzaron sobre la mesa una carta inesperada: desfasar dos años en
el futuro para presentarnos la autobiografía de Mathison titulada “Tiranía de Secretos”,
donde revela el por qué de su traición. En los 10 minutos finales imaginamos
qué tuvo que hacer para ganarse la confianza del ruso, cómo se habrá enfriado
su vínculo con Berenson, cómo se sentirá saber que nunca podrá volver a su
país, solo para confirmar que su esencia era la misma, intacta, que hace 90
capítulos atrás.
“Para mi
hija, con la confianza de que algún día entenderá” versa la dedicatoria en
aquel libro donde devela la oscuridad de la CIA. Una delatora, una
traidora a la patria. El mundo seguirá
en crisis, las guerras surgen por todos lados, los burócratas gobiernan,
mientras Carrie sonríe en el palco de un concierto en Moscú, sabiendo que
su futuro será el mismo que corrió Anna cuando fue descubierta; pero la sombra
de ese final lúgubre vale la pena si es por recuperar lo que de verdad le importa
a ella, la lealtad hacia su mentor paternal, la cual, según la sonrisa de ambos
en el minuto final de la serie, ha sido recuperada.