Aunque suene grandilocuente, el
final de GoT, que en EEUU tuvo una audiencia de 19 millones,
significó no solo el desenlace de una gran historia basada en mitos, profecías,
muertes sangrientas y una lucha monumental por un trono. Significó, además,
despedirse de un momento único de la televisión, el cual sofisticó batallas y
su visualidad y revivió la importancia y equilibrio que debe existir entre la
literatura y la ciencia ficción. Vertiginosa a más no poder, la season finale no
buscó cierres bonitos, hizo caso omiso a sus propias leyendas y volvió
constantemente a la temporada inicial, buscando cerrar el círculo de un
extraordinario viaje.
El monólogo de Tyrion fue el momento culmine del episodio final de
la serie más relevante de la década 2010-20.
En él, el personaje enano repasa la declaración de principios de David
Bienoff y D. Weiss: nada es más
valorable y exitoso que las buenas historias. Y aunque se haya establecido una
legión de fans y desatado sobredosis de emociones, era imposible aseverar que el
final iba a ser perfecto, debido a lo gigante que había sido todo el desarrollo anterior.
Durante varios capítulos
estuvimos impotentes ante la nula capacidad de Jon de hacer lo que tenía que
hacer. Ahí fue cuando resurgieron los “No sabes nada, Jon Snow”. Y qué decir
cuando se reunió con un Tyrion que
aguardaba su ejecución. La conversación entre ambos condensó toda la decepción, el dolor, la
devastación, el futuro. Solo Jon podía empuñar esa daga, sólo a él Drogon le
permitió pasar sin asesinarlo. Jon fue el verdadero protagonista de toda esta
historia y sí, fue frustrante hasta más no poder. Ya teníamos una
indicación de que Daenerys iba a morir en la sala del trono de hierro, según
la visión que tuvo en la segunda temporada, asique era cuestión de minutos
llegar a comprobarlo. Sin echarse al hombro la carga dramática del momento, Jon
da muerte a su reina traspasándole todo el arco de emoción a Drogon, el que al
ver la espada asesina en el pecho de su madre, la asocia a aquellas clavadas en
el trono, regurgitando toda su furia hacia ese codiciado elemento y no hacia
Snow. Los dragones fueron protagonistas de esta temporada brindando la emoción
y la hermosura de la edición y fotografía de las imágenes, culminando todo con ese vuelo entre las
nubes cargando el cuerpo de la extinta khaleesi.
Por este acto, Jon fue al
sacrificio sin que la serie diera relevancia a que era un Targaryen, más bien,
este detalle se usó para instalar en la mente del espectador la nula posibilidad
de amor entre tía y sobrino. ¿Quién asume entonces, el trono tan arduamente
disputado?, nada menos que el dueño de la mejor historia, de la experiencia de
vida más dura, para que con ese pundonor
pudiera reconstruir lo que está por venir. Una solución impecable en manos
del mejor estratega de la serie: Tyrion. Él representó la sabiduría, entendió
que el nuevo mundo necesitaría un relato, una historia que fuera la alerta del
pasado, y por eso es la Mano; el que administra y piensa, el sabio que no sabe todo.
Gusano Gris y los suyos zarparon a
Naath, y la noble Brienne cerró su ciclo despidiéndose de Jaime revalorizando
su hombría.
El final de Sansa fue su inclaudicable
lucha por el reinado. Sabiendo que había una soberanía conseguida en base a sangre,
no renunció a su destino ni siquiera ante
su hermano, elegido por un concilio que se planteó en un nuevo futuro.
Arya se libera de aquella lista
de muerte y reordena sus prioridades. Y decide que aquella es la libertad. Así,
parte hacia lo desconocido, en soledad, volviendo a ser fuerte en su propia
autenticidad. Este viaje que inicia pide a gritos un spin-off, el que
seguramente nunca veremos.
Y Jon retornó donde
todo comenzó, al lugar donde se siente seguro y donde todo es distinto ahora. Por
eso se siente en el deber de conducir a la gente hacia un nuevo destino.
Dos conclusiones importantes: prevaleció
la casa Stark, aquella sin castillo, la de nieve y barro, la que no tenía
intelectuales, la del lobo herido, el bastardo, el rey roto,
la mejor reina y la valiente guerrera. Y prevalecieron los desterrados,
los pobres, los que pelearon cara a cara con la muerte, no ahora, sino que siempre;
los que reconocieron en Jon ese “estar afuera” para poder “estar adentro”
cuando fuere necesario; el pueblo.
“El trono de hierro” no fue el
mejor capítulo y tampoco el más espectacular, pero sí fue un desenlace satisfactorio
para el inmenso viaje del que fuimos parte por tantos años. ¿Es más importante
el viaje que el final de éste? Claro que sí. Un cierre coherente, que logró
estar a la altura y que dio punto final a un instante de la televisión, con
nuevos estándares en cuanto a escenas de batallas y con una historia cuyas
precuelas (queremos spin off!) pretenden alargar aún más esta ficción prodigada
al mundo por una serie de TV basada en mitos y leyendas de un reino inventado, pero del cual millones se sintieron parte.