La ultraconservadora Phyllis Schlafly es la protagonista de esta miniserie que nos devuelve a las raíces del movimiento feminista, el que ha encontrado enemigos en su mismo género. A pesar de no ser una figura muy conocida, su influencia todavía se deja sentir en la retórica de la derecha norteamericana, casi medio siglo después de su período de más dañina actividad.
La llamada “segunda ola feminista”,
de comienzos de los ’70, se topó con un grupo de mujeres que no querían dar
pasos hacia la igualdad y lucharían, con todo, para mantener ese rol tradicional
dentro de una familia. Entre sus oponentes estaban Gloria Steinem, Shirley
Chisholm y Betty Friedan, las que son encarnadas por Rose Byrne, Uzo Aduba y
Tracey Ullman en la miniserie de HBO que ayuda a comprender la complejidad de los
cambios, y cuánto toma la gestación de un cambio. “¿Soy la única cansada de
esperar?”, bien lo sabe el feminismo desde el siglo XVIII, cuando dio sus
primeros pasos.
Pero en esa lentitud en el logro
de más derechos, el feminismo no solo ha tenido detractores en políticos y la iglesia; en las propias mujeres
ha habido escollos duros que han complotado, logrando la instalación de visiones
arraigadas en la familia y el conservadurismo. Una de ellas fue Phyllis
Schlafly, quien dedicó su energía y
perversa locuacidad a ir en contra del movimiento de liberación de la
mujer, que según ella minaba a las dueñas de casa. Ella es el ojo del huracán
en “Mrs America”, miniserie de HBO y creación de Dahvi Waller (antigua
guionista de “Mad Men”), en la que nos muestra los caminos, en paralelo, de
la revolución feminista y la resistencia liderada por Schlafly. Caminos
paralelos, pero ¿dignos del mismo trato?. En ese intento por equilibrar los puntos de vista y de comprender a su antiheroína, Waller cae en ambivalencias discutibles.
En “Mrs. America”, la condena del autoritarismo moral llega a través de la forma. Los codirectores Anna Boden y Ryan Fleck (“Capitana Marvel”) ruedan las escenas de Phyllis de manera opresiva, académica, con tomas geométricas y con ella casi siempre en el centro del plano. En cambio, las escenas del ámbito feminista se capturan con una cámara más libre y hasta rockanrollera, con más colores y volatilidad. La protagonista es la gran Cate Blanchett, en su primer rol de importancia para la televisión, como Schlafly, a la que le imprime un carisma impositivo poderoso. Sus miradas matan y su sonrisa amenaza, pero no a los hombres, los que, por esos días, gritaban sin contemplaciones su misoginia; prefirió irse contra la periodista Gloria Steinem (interpretada por Rose Byrne), la política Shirley Chisholm (Uzo Aduba), primera mujer afroamericana elegida para el Congreso, o la teórica Betty Friedan (Tracey Ullman), autora del famoso libro “La mística de la feminidad”.
En los ’70, la esfera pública y
de poder era dominados principalmente por los hombres, algo que se evidencia en
el personaje de Blanchett y en cómo, a pesar de su conservadurismo y dialéctica,
se enfrenta a los estereotipos como “¿Por qué no tomas tú las notas?”;
eso le ocurre a miles todos los días y cuando le pasó, quedó perpleja, pero sin
regañar asumió su doble rol: defender sus argumentos y hacer el acta de la
reunión. La escena es una acertada
pincelada sobre cómo han debido darse los pasos en la lucha por la igualdad. O,
por ejemplo, cuando Gloria Steinem consigue convencer a uno de los congresistas
demócratas para que incluya parte de sus peticiones en su programa, como que
las mujeres puedan tener control sobre su propio cuerpo, a lo cual le responden
“No puedes esperar tener todo lo que quieres”.
La ambientación de la miniserie es magnífica, la intro es espectacular y las actuaciones están a gran altura. Con un equipo prácticamente femenino detrás de cámara, el guion toma una postura neutral al estructurar los episodios en base a cada una de las mujeres que fueron importantes en el feminismo y antifeminismo; cada capítulo lleva un nombre y muestra las luchas personales de esa mujer, las contradicciones internas del movimiento y cómo se formó su oposición, lo que permite acercarse a un análisis histórico de la ultraderecha y su discurso, basado en tergiversaciones y, directamente, mentiras, algo vigente hasta hoy. Ese es uno de los grandes aciertos de esta propuesta, el no perder nunca la conciencia de ese pasado donde se forjaron las raíces del feminismo de hoy, y hace un paralelismo con el presente a través de la narración Phyllis Schlafly, mostrándola humana y sufriendo machismo, inteligente y privilegiada. Su radicalidad se volvió su enemiga y logró que Reagan buscara a una conservadora más diplomática para el cargo que siempre soñó.