La nueva cinta de Greta Gerwig ha sido celebrada en el mundo entero, recreando lo poderosa que es la marca ‘Barbie’ en la cultura contemporánea. Si bien es una celebración a la importancia de la muñeca, la película dedica tiempo a su repercusión directa en la diversidad, la exploración de la identidad femenina y extiende una dura crítica a la misoginia.
‘Barbie’ no pierde minutos y
desde el comienzo nos plantea su propuesta: mostrar las vivencias de su
protagonista, todas centradas en una realidad perfecta; pero en ella, Barbie es
una más en una variedad interminable de réplicas. En este punto, el argumento
aborda el tema de la identidad a través de las características del juguete, por
tanto, no hay aspiraciones, solo un nombre. Y en Barbieland, el contexto donde
ella se desarrolla, es un lugar donde
solo hay felicidad, escondiéndose una burla al optimismo artificial, la
sexualidad contemporánea, la vanidad y los prejuicios, donde a ratos es
sorprendentemente adulta. De hecho, el argumento deja entrever la ingenuidad de
este universo con bastantes dosis de humor negro, siendo éste uno de los puntos altos de la película. Junto
a esto, el uso de su sobrecargado apartado visual deja un mensaje tipo
declaración de intenciones acerca de lo femenino, en rosado y en labores
cotidianas, para manifestar la personalidad de este universo muy parecido a un oasis
alejado de la realidad.
Con un reparto estelar, Barbie
enfoca su primera media hora en recorrer estas decenas de Barbies en distintas
profesiones, mientras los Ken se dedican a la diversión; este
contrapunto da la sensación de que bastaría un mínimo desequilibrio para que
este oasis tenga un desbalance y aparezca el desastre que, por supuesto, ocurrirá,
cuando Barbie comience a hacerse preguntas existenciales que van más
allá de su experiencia en Barbieland. A la entrega de este mensaje ayuda muchísimo
la fotografía de Rodrigo Prieto, porque impulsa la visualidad rosa para ir
incluyendo elementos propios de la transformación de Barbie, la cual es
incómoda cuando empieza a percibir que sus identidades fragmentadas (la
doctora, la presidenta, la abogada, la presidenta de las Suprema Corte y más)
se hacen necesarias a medida que más preguntas se hace. Greta Gerwig es
consciente que el cambio interior se manifiesta en el exterior, y la foto va
acorde a esto.
Tal cual Matrix, Barbie debe asumir que es la elegida, pero ¿para qué?. Y allí es donde el film se mete en una variedad de temas muy actuales y de urgente reflexión: la idea del autoconocimiento, la reivindicación del individuo, machismo, misoginia, el nuevo feminismo, la dominación corporativa. Sin duda este planteamiento compone la meca del argumento y, quizás, en su elaboración, sea lo menos logrado del film, porque al atravesar tantos tópicos, finalmente no profundiza en ninguno.
Los minutos finales nos entregan
una inusual conclusión (¿secuela?) y el mensaje de Greta Gerwig queda más
claro. Barbie es mucho más de lo que parece, es un legado cultural
que se vuelve más importante al mirarla en su diversidad y concepción de
heroína en su propio mundo. Quizás no cumple con todas las expectativas que
despertó su campaña promocional, pero es relevante destacar la cantidad de
reflexiones sobre la identidad presente y futura que plasma sobre el individuo
y, al mismo tiempo, está mejor construida que otras películas que refieren a la
libertad del ser humano en un mundo hostil.