sábado, 30 de enero de 2021

Tenet: respirar la esencia Nolan

Ni Marvel, ni DC, ni Disney catapultaron la taquilla para salvar algo del aciago 2020. Esa tarea le tocó a un film que podría catalogarse de blockbuster, pero eso sería rebajar la radicalidad de “Tenet”, por lo que podríamos encasillarla donde no corresponde. Lo mejor que tiene es su capacidad de jugar con la mente del espectador, subiéndole un cambio al cine de Cristopher Nolan. 

La han definido como  “compleja” y “solemne”, tal como todos los films del británico. Da la impresión  que el director se empecina en no ser complaciente con las modas, arriesgándose a hacer una película tipo madeja, pero que tras el visionado hace pasar un buen momento. Y sí, es compleja, sofisticada y solemne, pero por encima de eso, está construida con la intención de  atravesar las cabezas del público más allá de lo habitual, al estar llena de laberintos narrativos y argumentales. Y quizás esa sea su principal virtud, porque con un  presupuesto tan colosal, podríamos esperar un cine condescendiente, hecho a la medida del cinéfilo de fin de semana, sin embargo, Nolan tomó ese cerro de millones y  firmó una película que no hace concesiones y no busca satisfacer al público, ampliando el nivel de exigencia que pauteó en  “El Origen”, película con la que conecta a través de este film. 

 Si en su película de 2010 teníamos una historia clásica de atracos, con todos los recursos habituales del género (planes complejos que parecen salir mal, ladrones muy inteligentes que se adelantan al espectador, una historia que hacía empatizar emocionalmente gracias a actores conocidos), en “Tenet” presenta una historia abstracta, cercana al cine de espías, al noir, donde los actores,  empezando por Washington, se comportan  como robots sin sentimientos, dejando el tope emocional al personaje de Elizabeth Debicki; ni siquiera el elemento de su hijo es tratado con tanta relevancia, alejando la humanidad como componente central del relato. Robert Pattinson sigue creciendo en cada trabajo y aquí  hace una dupla interesante con Washington, acoplándose a la orden del director de no dar pistas, de sumar riesgo, para superar fórmulas ya vistas. Esto último se nota porque, como en toda película de este director, el ensamble de las piezas es  complejo, y si por ahí te sales un minuto de la trama, toda la experiencia se pierde. Pero lo que no es desperdicio, es el espectáculo de alta producción, partiendo por la impactante escena inicial y que marca el ritmo a lo que vendrá. Este es otro clásico del director. Y de ahí en más, o te atrapó o simplemente te tiró por la borda.

¿Es “Tenet” desechable?, en absoluto. Hay que hacer un esfuerzo por esquivar las trabas del guion y sus diálogos casi en código, sin embargo, y si el espectador es aficionado a la ciencia-ficción dura, encontrará muchos incentivos para disfrutarla, siendo el principal, los viajes en el tiempo en dos direcciones, y también, porque tiene momentos brillantes: la persecución, todo lo que rodea a las máquinas, el abrumador clímax, la particularidad de  contar la misma escena desde distintos puntos de vista, que es algo ya usado antes, pero aquí Nolan logra hacerlo con suma  originalidad y plantea un giro muy inspirador para continuar metido dentro del viaje.

“Tenet” es entretenida, tiene visión futurista y con más acción  que reflexión conductual. No importa quién es el héroe ni quién es el villano, los roles se intercambian según el ojo de quién mire, porque nos cautivan más las  secuencias frenéticas que obligan a repetir el visionado para fijarse en detalles que, con seguridad, son pasados por alto; y también, para volver a escuchar la sensacional partitura de Ludwig Göransson, la cual logra poner tensión y es un personaje más. Esta película es respirar la esencia de Christopher Nolan y toda su obsesión por el manejo del tiempo.

sábado, 23 de enero de 2021

Supongamos que Nueva York es una ciudad: un adiós al siglo XX

Martin Scorsese y la famosa escritora Fran Lebowitz, se unieron para concebir una producción cargada al humor y al ingenio, pero que tiene una mirada ácida a la hora de reflexionar sobre una ciudad amada por ambos, pero que hoy refleja algo alejado a lo que, en un momento, les sirvió de inspiración.

En cuanto sabes leer, ya increíblemente rico. Tan rico que si leyeras todo el tiempo, no tendrías tiempo para pensar en el dinero. (Para mí) es una forma de ser inmensamente rica, por eso nunca me importó el dinero.” Así sintetiza Lebowitz su riqueza en “Supongamos que Nueva York es una ciudad”, la serie documental creada por su amigo Martin Scorsese, para Netflix. Algo parecido ya había hecho el director con la autora de “Metropolitan Life”, en el docu “Public Speaking” (HBO, 2010), con un esquema similar de entrevistas y discursos de Lebowitz.

Los siete capítulos de “Supongamos…” funcionan como una especie de despedida del siglo XX, a lo que fue esa ciudad que, desde los ’80, se convirtió en la capital de la modernidad. Y es una de sus figuras emblemáticas, la que le saca la foto a esa conversión a través de  ironía pura.

Lebowitz llegó a Nueva York en los '70, justamente cuando comenzaba la ofensiva del capital económico contra lo que quedaba de reinado de la cultura. Y es por eso que, a pesar del humor que expele, “Supongamos que Nueva York es una ciudad” termina siendo una de las piezas más nostálgicas de Scorsese, porque es muy ilustrativa de lo que el siglo XX significó para los que lo vivieron de lleno. De ahí que uno de sus puntos más altos sea la crítica a la pérdida del sentido que hizo de las ciudades, lo que fueron: lugares hechos más por personas que por edificios; personas que Lebowitz dice, hoy ya no saben caminar la ciudad.


Scorsese dirige todos los capítulos, además de estar delante de la cámara en  ellos. Y am
bos forman una dupla  curiosa, porque si bien son  espontáneos y las conversaciones resultan divertidas, el docu-serie podría haberse convertido en un tedio, porque el  formato no da para  episodios de 45 minutos, ni tampoco para una película de dos horas. Por eso, don Martin acierta en elegir recipientes temáticos y separarlos completamente, para que su amiga desarrolle su mordacidad dentro de un límite establecido. Cada capítulo trata fundamentalmente un tema, pero cada vez que la escritora quería irse por las ramas, el director estaba en cámara, con ella, decidiendo si la traía de vuelta a lo principal, o bien, la dejaba irse. Y para no convertir la experiencia en una conversación de dos, Scorsese dinamizó cambiando el escenario y llamando a Alec Baldwin, a Spike Lee y otros, para refrescar la conversación, lo cual se logra bien gracias al trabajo de David Tedeschi y Damián Rodríguez. Otro punto alto son  las piezas de archivo, las que fortalecen ese concepto evocador del documental, hacia una ciudad que ya se fue.

Fran Lebowitz tiene una forma de pensar que, aunque moderna para su generación, refleja algunas nociones propias de su tiempo. Y comprender que no sepa usar un celular o que no le guste la gente nos sirve como hilo conductor  de su pensamiento, del pensamiento de alguien que vivió otra época y trata de rescatar lo que queda de entre los rascacielos. Y para que sea divertido, a la vez que nostálgico, es Scorsese quien hace las preguntas correctas.

“Supongamos que Nueva York es una ciudad” le va a caer bien a todos los que quieran pasar un buen rato gracias a sus episodios cortos, pero no es un producto para devorar. Mejor aún, porque si es de  calidad, la receta es  digerirlo lentamente.

 

 

viernes, 8 de enero de 2021

Pieces of a Woman: testigos del dolor

El húngaro Kornél Mundruczó regresa con una nueva película que cuenta con el espaldarazo de Martin Scorsese en la producción ejecutiva. Es el drama de Martha (Vanessa Kirby) y su pareja Sean (Shia LaBeouf), a punto de ser padres.

Los primeros 20 minutos son un remolino de sensaciones, porque sabemos que nos aventuramos a presenciar un parto hogareño. Mientras las escenas nos muestran la dulzura de la relación de esta pareja, las contracciones se suceden más rápido y todos los acontecimientos que permiten el resto de la película, se desarrollan en este inicio en plano secuencia. El cineasta le encarga al director de fotografía Benjamin Loeb ,que filme a velocidad variable todo este suceso de hechos, colocando al espectador en un punto de vista omnipotente. Los planos rápidos transmiten eficazmente la ansiedad e incertidumbre de un parto, mientras que los de ritmo más lento parecen detener el tiempo, como son los besos y caricias en ls bañera o cuando ya acontece lo fatídico. Todo ese episodio está muy bien dirigido y tiene poder en sí mismo, respaldado por las convincentes actuaciones del trío protagonista; al espectador le resulta imposible no ponerse tenso e incluso incómodo tras el impacto de esas primeras escenas tan bien montadas.  Lo que consiguen Mandruczó y su guionista Kata Wéber con este primer acto, es establecer la intimidad de la pareja y hacerte saber que su futuro cambiará. Lo que sigue luego, es un estudio del duelo. 

El suceso traumático obliga a la pareja a explorar un abismo. Frente a ellos aparecen la desesperación, la rabia y una fragilidad que parece interminable. En la segunda parte, el papel de la madre de Martha se vuelve todavía más crucial, llegando a descubrir el trasfondo de su comportamiento manipulador  hacia su hija y su esposo. Un monólogo intenso de Ellen Burstyn, filmado en un solo primer plano, cumple muy bien ese propósito. La película continua la  deconstrucción de esta pareja recayendo el peso dramático en  Vanessa Kirby; “Pieces of a Woman” está en los hombros de la actriz y la fortaleza que le otorga a su personaje. Las marcas que dejó en ella esta tragedia están siempre presentes en pequeños detalles, como la presencia de fluido en sus pechos, la inapetencia sexual, la incomodidad  hacia su pareja, las plantas sin regar y los platos sin lavar. Desde lo íntimo hasta lo básico, esas cuestiones llevarán a su personaje y al de LaBe ouf, su mejor interpretación en años, a  quebrar el lazo.

El proceso de duelo requiere  tiempo, y tal vez por eso la película está organizada en capítulos. No todos ellos funcionan, principalmente, por los cambios de ritmo, los que descarrilan algunos clímax; por otro lado, Ellen Burstyn demuestra su poder actoral en un monólogo definitivo frente al personaje de Kirby, quien penetra el corazón con una actuación multifacética con respecto al dolor. Porque además de su espectacular interpretación en el parto, ella lidia con sentimientos muy complejos y navega por un torbellino de dudas y estados de ánimo, caminando la vereda de la ira, la apatía, la inteligencia y el orgullo. Todo esto lo corona por un tercer acto memorable, que subraya un gran desempeño que ya fue reconocido en el Festival de Venecia, donde se quedó con la estatuilla a  Mejor Actriz. Y no debiera ser el único premio de la temporada.

En su primera película en inglés, el director Kornél Mundruczó nos entrega a una Vanessa Kirby con una actuación brillante en este viaje de reconstrucción de sus fragmentos; junto a ello,  muestra  una escena sin cortes  que dura más de 20 minutos y nos adentra en el desafío de renacer. “Pieces of a Woman” cuida su lenguaje, da valiosos espacios para el silencio y para momentos fuertes. Si bien la película tiene algunas fallas (la metáfora de las semillas germinadas no es tan innovadora), cuando  Kirby aparece te olvidas de todo, porque lo único que importa es ser testigo de cómo trabaja con el dolor.

sábado, 2 de enero de 2021

Soul: la solidez de una película atemporal

Lejos de enfocarse en el público infantil, “Soul” fue el último trallazo de 2020 emanado de Pixar, cuya historia es capaz de interpelar a cualquier edad. La trascendencia, el sentido de la vida y el amor en todas sus formas, el arte incluido, son máximas de un film que clava banderas para un nuevo estándar del cine de animación.

Una exquisitez  que se plantea las preguntas más profundas que cualquier otra película del 2020. Bajo la dirección de Pete Docter, “Soul” entronca con algunas antiguas producciones de Pixar, pero supone un paso  gigante en una definición de estilo. A primera vista, es fácil compararla con “Coco” y detectar parecidos con  “Up” e “Inside Out”, pero lejos de creer que la película iba por ese mismo lado, estamos frente a la constatación del punto más alto de un concepto de cine, de una manera de contar historias. 

La vida después de la muerte podría ser el resumen principal del film, pero también lo es cuando la describimos como un paseo por  “lo que ocurre antes de la vida” ,cuando Joe se encuentra con un alma nonata que no encuentra la “chispa” que le dará sentido a su futura vida, desarrollándose una serie de acontecimientos bien trabajados y con mucha filosofía detrás. Aunque el argumento suena grave, Pixar lo llena de humor, uno que es más detectable para los adultos, haciendo que esta película cuaje como  lo más maduro que ha creado la compañía. Los conceptos ancla que maneja, posiblemente sean difíciles de abordar  para el público infantil, aunque la ligazón con el prólogo de “Up” (otra de Docter), y el sentido de pérdida presente en “Coco”, podrían ser aspectos más digeribles para los menores porque ya las vieron, pero en “Soul” no hay un sentido de lo efímero ni de lo festivo, como en las nombradas;  la verdad, es que ninguna de las antiguas Pixar planteaba una situación así para su protagonista, un diálogo abierto acerca de la organización del universo a la hora de nacer y morir.


Artísticamente, el estándar de la película es muy alto, con un apartado visual que hubiera sido una belleza sublime apreciar en pantalla grande. Todo el aspecto terrenal dio un paso adelante en la animación, con una recreación de Nueva York sencillamente espectacular, con un impresionante detalle de los diseños a nivel de un hiperrealismo técnico nunca visto, permitiendo expresividad y mucho dinamismo. Docter experimenta con soluciones fantásticas, logrando que la película mantenga un gran nivel de estímulo visual que aporta un nuevo  concepto narrativo. Y en el elemento sonoro, Pixar se gradúa de grande al combinar los eximios talentos de Jon Batiste, colaborador de Prince, Stevie Wonder y Lenny Kravitz, con el de Trent Reznor y Atticus Ross, quienes nos regalan una de sus mejores composiciones con sensacionales temas oníricos, musicalizando  las escenas más emocionantes de la película enlazando una serie de canciones impactantes; es de lo mejor que han hecho para el cine.

“Soul” es una muestra de madurez fílmica, una propuesta plástica única, un goce sensorial nunca visto; lo anterior, sumado al increíble uso  del jazz y el diseño de los personajes, generan la sensación de un cambio de timón en estas películas, de amplitud de giro dramático hacia temas más complejos, lo cual puede marcar un antes y un después en estas piezas de cine cada vez más sofisticadas. Pixar ha elaborado un estilo de cine que iba dirigido a los niños, pero que ya que se ha hecho imprescindible para el público adulto.