martes, 28 de enero de 2020

1917: el cine en su esencia


Entre el flagelo, los caballos muertos, millones de moscas y cadáveres en descomposición, la cámara del director Sam Mendes persigue  a los cabos que van a cumplir su misión en “1917”, inspirada por las historias que su abuelo le contaba de niño al director, tras haber servido en la Armada británica durante la guerra. Un homenaje que podría terminar siendo uno de los hitos de su carrera.

“Levántate Blake, escoge a otro cabo y ven con él”. Así comienza la simple historia que cuenta “1917”, una que hemos visto tantas veces en la representación de esos jóvenes que fueron a morir a ese capítulo oscuro del siglo XX.  Mendes no pierde tiempo en presentarnos a Blake como aquel que fue a dar su vida por su país, y a  su amigo Schofield en el reflejo del pragmatismo  y el  cinismo. Sin embargo, este último será el Quijote de esta aventura menor, que se volverá  grandiosa y épica en la dirección de Mendes y en la fotografía de Roger Deakins, porque lo relevante en "1917" termina siendo el cómo se cuenta el drama.

La obra de Sam Mendes se juega el todo por el todo en la imagen y lo que ésta puede transmitir por medio del dinamismo de la cámara, los colores y el paisaje. Dean-Charles Chapman y George MacKay nos van permitiendo, en su caminata, descubrir la obra cinematográfica que se esconde en este largo plano secuencia que no hace ningún corte, mientras los sigue por cada cueva o recoveco; esto obliga al espectador a sumergirse en esta misión tétrica junto con los jóvenes, donde la historia y el viaje avanzan con apoyo de secuencias que implican balas, explosiones, porquería, bengalas y, sobretodo, cadáveres.

Esta virtud cinematográfica no sería posible sin el trabajo del laureado Roger Deakins, a quien Mendes buscó específicamente, porque sabía que él podía dar en el clavo con el desafío. Deakins mandó a hacer una cámara especial que daba un amplio espectro de fondo, además de ser mucho más liviana que las que ya existen para hacer este tipo de tomas. Con esta nueva tecnología, sin luz artificial y tonos mayormente grisáceos, la obra logra transmitir la naturaleza del conflicto en el que la sangre y la tierra se unían en uno solo. Para aumentar la sensación de miseria, Deakins pidió grabar únicamente en días nublados, por lo que en cuanto el sol aparecía terminaba la filmación, misma que duró casi cuatro meses. El experto en foto tuvo que lidiar con la perfección de cada una de las tomas, las que eran muy ensayadas para poder rodarse sin corte alguno.

Revitalizar el uso de la luz natural, así como del aprovechamiento máximo de la oscuridad, es una proeza de este film, aspectos que seguramente serán apreciados por aquel fanático/a conocedor del cine esencial. "1917" permite toparse con ese cine de antes, en donde realmente había que ser un experto en el cómo se conjugaba la luminosidad en una escena. Por este mismo gesto, el mexicano Emmanuel Lubezki ganó el Oscar por "The Revenant" y creemos que Deakins será el ganador de la estatuilla dorada en el apartado Cinematografía de este año, porque a pesar de usar una cámara innovadora, privilegió la esencia del cine para que ese apoyo de última generación se viera revigorizado.

“1917” resulta exitoso en cuanto a ser un larguísimo plano secuencia que, al seguir a los actores, le ofrece al espectador la posibilidad de poner al centro las emociones del ser humano en la misión de ambos soldados. Pero no pasará a la historia por aquello, sino que por volver a apoyarse en lo elemental del cine, en aquello que el cinéfilo de corazón apreciará en toda su magnitud: el arte de la imagen siempre en movimiento.


miércoles, 1 de enero de 2020

The Lighthouse: el terror de la nueva década

En el lugar más olvidado del planeta, en el fin del mundo, cuando se apaga la luz del faro, la oscuridad devora todo y a todos. Así se dibuja “The Lighthouse”, como una pesadilla claustrofóbica que termina  cuando dos actores se baten a duelo y dejan la piel en el escenario, ad portas de cruzar el límite de la locura.

“The Lighthouse” es el segundo largometraje de Robert Eggers y  realmente es una experiencia  que conquista la pantalla a base de imágenes en blanco y negro,  de secuencias opresivas, de una fotografía brutal, de una música oscura y densa y de dos actores en registros sorprendentes, los que se vuelven desoladores en esa  relación 119:1 y en 35mm. Con estas herramientas técnicas,  Eggers provoca que desde el primer minuto sientas que estás viendo algo totalmente inaudito.

Inspirado por lo que escribieron Herman Melville y Sarah Orne Jewett, es una de esas historias que todos conocemos por el final, pero no por el camino recorrido; en el caso de este film, ese camino se pavimentó a punta de pura desesperación organizada por un robusto guion de Eggers y su hermano Max, el que presenta esta lucha de poder como un encuentro entre dos generaciones que perdieron sus perspectivas.

La película profundiza  en la desesperanza de los personajes, los cuales abandonan gradualmente su humanidad y olvidan el tiempo y el lugar donde se encuentran. A nivel de dirección, este proyecto cinematográfico representa un desarrollo notable de Eggers desde  “The Witch”, porque “The Lighthouse”  se abre mucho más abrumadora y obliga al espectador a sumergirse en un caudal de sorpresas narrativas, apalancada por dos fantásticos actores. Robert Pattinson  viene haciendo ruido hace rato y en buena hora se topa con esta oportunidad. Su actuación es absolutamente espectacular y la mejor de su carrera, al pasar por todo rango emocional rumbo a la locura; se masturba, ruge, se arrastra, amplificando una gama de talentos que anteriores películas no habían mostrado tan claramente. Y qué decir del magistral Willem Dafoe, quien está en control total de un gran arte, creando una actuación para la historia y que le podría valer una tercera nominación consecutiva al Oscars. Hay varias escenas donde despliega su nivel teatral y tira a la mesa su gran trayectoria.


El diseño sonoro es otro punto sobresaliente y es escalofriantemente completo. Entre la tormenta de sensaciones, el poder del mar, los alaridos de las gaviotas, la inquietante alarma del faro, los diálogos en inglés antiguo y el impresionante score de Mark Korven, la mezcla de sonido te atrapa obligándote a estar alerta de todo lo que pasa, atento al siguiente cuadro, a la siguiente escena, porque el sonido anuncia que no hay salida.

"The Lighthouse" sabe lo que quiere y qué argumentos técnicos debe usar para lograrlo: atmósfera, sonido, blanco y negro y duelo actoral, pero sin un titiritero que maneje esos hilos correctamente, podría no resultar. Robert Eggers muestra total dominio de estos recursos y confirma varias de las cosas que ya se insinuaban en “The Witch”, como su capacidad para hacer un cine basado en  atmósferas malsanas. Si a eso le sumas dos monstruos de la interpretación, “The Lighthouse” le permite mostrarse como la carta para la ejemplificación de un nuevo estilo de terror para la década que inicia, uno más moderno, amparado en ideas sumamente complejas y plasmadas por un capitán del elemento técnico.