Entre el flagelo, los caballos
muertos, millones de moscas y cadáveres en descomposición, la cámara del
director Sam Mendes persigue a los cabos
que van a cumplir su misión en “1917”, inspirada por las historias que su
abuelo le contaba de niño al director, tras haber servido en la Armada británica durante
la guerra. Un homenaje que podría terminar siendo uno de los hitos de su
carrera.
“Levántate Blake, escoge a otro cabo y ven con
él”. Así comienza la simple historia que cuenta “1917”, una que hemos visto tantas
veces en la representación de esos jóvenes que fueron a morir a ese capítulo
oscuro del siglo XX. Mendes no pierde tiempo en presentarnos a Blake como aquel que fue a dar su vida por su país, y a su amigo Schofield en el reflejo del pragmatismo y el cinismo. Sin embargo, este último será el Quijote de
esta aventura menor, que se volverá grandiosa y épica en la dirección de Mendes y en la fotografía de Roger Deakins, porque lo relevante en "1917" termina siendo el cómo se cuenta el drama.
La obra de Sam Mendes se
juega el todo por el todo en la imagen y lo que ésta puede transmitir por medio
del dinamismo de la cámara, los colores y el paisaje. Dean-Charles Chapman y George
MacKay nos van permitiendo, en su caminata, descubrir la obra cinematográfica
que se esconde en este largo plano secuencia que no hace ningún corte, mientras
los sigue por cada cueva o recoveco; esto obliga al espectador a sumergirse en esta
misión tétrica junto con los jóvenes, donde la historia y el viaje avanzan con apoyo de secuencias que
implican balas, explosiones, porquería, bengalas y, sobretodo, cadáveres.
Esta virtud cinematográfica no
sería posible sin el trabajo del laureado Roger Deakins, a quien Mendes buscó
específicamente, porque sabía que él podía dar en el clavo con el desafío. Deakins
mandó a hacer una cámara especial que daba un amplio espectro de fondo, además
de ser mucho más liviana que las que ya existen para hacer este tipo de tomas. Con
esta nueva tecnología, sin luz artificial y tonos mayormente grisáceos,
la obra logra transmitir la naturaleza del conflicto en el que la sangre y la tierra se unían en uno solo. Para aumentar la sensación de miseria, Deakins pidió grabar
únicamente en días nublados, por lo que en cuanto el sol aparecía terminaba la
filmación, misma que duró casi cuatro meses. El experto en foto tuvo
que lidiar con la perfección de cada una de las tomas, las que eran muy ensayadas para poder rodarse sin corte alguno.
Revitalizar el uso de la luz
natural, así como del aprovechamiento máximo de la oscuridad, es una proeza de este film, aspectos que seguramente serán apreciados por aquel fanático/a conocedor del cine esencial. "1917" permite toparse
con ese cine de antes, en donde realmente había que ser un experto en el cómo se
conjugaba la luminosidad en una escena. Por este mismo gesto, el mexicano Emmanuel
Lubezki ganó el Oscar por "The Revenant" y creemos que Deakins será el
ganador de la estatuilla dorada en el apartado Cinematografía de este año, porque a pesar de
usar una cámara innovadora, privilegió la esencia del cine para que ese apoyo de última generación se viera revigorizado.
“1917” resulta exitoso en cuanto a ser un larguísimo plano
secuencia que, al seguir a los actores, le ofrece al espectador la posibilidad
de poner al centro las emociones del ser humano en la misión de ambos soldados.
Pero no pasará a la historia por aquello, sino que por volver a apoyarse en lo
elemental del cine, en aquello que el cinéfilo de corazón apreciará en toda su
magnitud: el arte de la imagen siempre en movimiento.