miércoles, 23 de octubre de 2019

Joker: la locura es como la gravedad


Los ricos son cada día más ricos y los otros sectores sociales se empobrecen sin que a nadie le importe. ¿Le suena conocido? En ese ambiente caldeado y de años de rabia patológica, se desempolva esta versión triste  de un personaje trascendental en la historia del comic y del cine, y que en versión de Todd Phillips logra una obra de alta factura visual y  mensaje ambiguo, que ha generado debate. Joaquin Phoenix está a la altura de sus antecesores y del personaje

Alejada del mundo Avengers, de Marvel y del tono oscuro de “The Boys”. La cinta de Todd Phillips es una nueva propuesta de acercamiento a los orígenes inciertos de un gran villano. “Joker” es mucho más triste de lo que creíamos gracias a un buen hilvanador de visualidad oscura que se traduce en una ciudad Gótica decadente, un departamento de mala muerte, un trabajo que apesta, un día a día de abusos, desilusiones y alucinaciones de que buenas cosas vendrán para el propio Arthur. Ante tanta violencia de vida es imposible no humanizar a esa figura teatral que busca brillar en la comedia vestido de payaso.

El guion se aleja de Batman y nos lleva a comprender cómo se gesta un criminal. Nos lleva a imaginar que luego de estar en un psiquiátrico, Arthur Fleck prosigue su trayectoria de crímenes y  vengándose de la ciudad que tanto daño le ha inflingido. También podemos imaginar que su forma evolucionará hacia algo mucho más peligroso pues ya no tiene padre, madre ni amigos ni a quien admirar. Allí nos quedamos cortos de información porque este Joker no llega a intimidarnos, sino que sentimos pena por él, pudiendo caer en la tentación  de justificar sus actos. Este punto ha generado un interesante debate en medios de crítica de cine pues la ambigüedad del mensaje, en una época tan polarizada como la actual, la hace quedar como poco jugada.


En el apartado técnico es poderosa;  su belleza es indiscutible con planos de gran fotografía, de luz y sombra, de banda sonora tétrica que acompaña todo el film, acentuando la cuota de amargura que pretende transmitir. Pero nada de esto tendría importancia si el actor que se metió en la piel de este icónico personaje no hubiera logrado una gran performance. Joaquin Phoenix pone su talento al servicio del Joker, baja de peso y adquiere gran expresividad corporal, convirtiendo su danza y gestualidad en uno de los puntos fuertes de su actuación, porque son un lenguaje. El otro es su risa,  punto que se vuelve central porque pone la cuota lúgubre al ser la representación de su patología; en su risa jamás hay alegría y ahí aumenta la empatía con Fleck. Volviendo al guion, éste podría haber tenido más contenido. Los personajes secundarios no adquieren relevancia y solo son acompañantes en este recorrido por la autopista de la locura del protagonista, y eso la hace caer en momentos largos. Hacia el final, obviamente, devela sus mejores secretos, porque Phoenix es el Joker pero ¿el verdadero?. Si se fijan, quien mata a la familia de Batman es otro tipo disfrazado de payaso, no Fleck, y se puede deducir muy fácil porque Phoenix tiene 40 y tantos y Batman es solo un niño. Arthur, en ese sentido, nos confunde  como narrador porque hay demasiadas  alucinaciones y fantasías. Desconfía de lo que ves porque al cuadro siguiente puedes sorprenderte; esa estrategia, más una gran música y un actor en un personaje que le quedó como guante, hacen de este film una buena apuesta, con un guion débil y no tan inteligente en los diálogos (comparados con los de “El Caballero de la Noche”, donde Ledger hasta hoy es recordado por esas líneas cargadas de reflexión) y que le quitan ritmo.

El Guasón ha sido nuevamente reverenciado en una película que lo muestra como hombre obligado a una vida sin futuro, debido a los traumas infantiles, una débil salud mental y falta de apoyos. Cuando las sociedades solo ofrecen caos e injusticia social, se necesita una leve chispa para que todo se transforme en una revolución. Esa chispa es el “Joker” y existe en todos los barrios de tu ciudad.

lunes, 21 de octubre de 2019

El Camino: un regalo exquisito y superficial


El showrunner Vince Gilligan, cerebro tras “Breaking Bad” y director de esta película, no quiso reescribir lo ya contado y prefirió ofrecer un último episodio de la gloriosa serie que acabó en 2013. En la más clásica tradición de la narrativa que protagonizó Walter White, una mala decisión conducirá a otra, dejando varios cadáveres en el camino.

“Breaking Bad” es una de las series más relevantes de la historia reciente. Tras 5 temporadas, supo despedirse en grande y ser aclamada justamente por su final, el que estuvo a la altura de su trama y desarrollo; su protagonista tuvo el único fin posible, pero algunos fanáticos se quedaron con la duda sobre cuál sería el futuro de Jesse, al que solo vimos huir en un auto. De esta circunstancia se aprovechó Vince Gilligan para crear “El Camino”.

Pese a que han pasado 6 años desde la última escena de Aaron Paul en “Felina”, la caracterización para intentar dar al espectador la sensación de que todo está ocurriendo justo donde se dejó es buena, a pesar que las cicatrices no estaban en el mismo lugar y había un leve aumento de peso en el actor; los fans de la serie perdonamos esos detalles y fuimos mucho más optimistas sobre esta experiencia cuando apareció Todd Alquist. El personaje es parte de los flashbacks de Jesse, lo cual logra que  “El Camino” funcione perfectamente como un capítulo extra de la temporada final de “Breaking Bad”, aprovechando su sintonía con la estética y narrativa de la serie. El guion es de continuidad y no presenta sorpresas, dándole importancia al apoyo emocional que genera la aparición de otros estelares que ayudan a conectar con la historia anterior: los amigos Badger y Skinny Pete le devuelven a la película ese humor sordo basado en discusiones superficiales; Mike Ehrmantraut (el asesino a sueldo de Gus Fring), el viejo Joe, los padres de Jesse, Kenny, el magnífico Ed (coincidiendo con la muerte de Robert Forster) y hasta  Jane, que viene a representar lo que Mike le advertía al inicio: que por mucho que empieces de nuevo, nunca se podrán arreglar ciertas cosas.



Pero mientras avanzaba la historia era imposible no pensar si Gilligan recurriría a la figura seminal de “Breaking Bad”…Walter White. La escena en la que aparece es meramente testimonial pero imponente, pues su sola presencia copa la pantalla y evidencia que la serie era White y siempre todo giró y girará en torno a él. La frase final de esa conversación así lo ilustra: “Tienes muchas suerte. No has esperado toda la vida para hacer algo especial”.

“El Camino” se aferra, durante todo el visionado, a los actores que pasaron por “Breaking Bad”, a la estética que caracterizó las 5 temporadas y de la ciudad de Albuquerque, lo que ahorra introducciones y le da a  la película la característica de ser el cierre de algo y no una nueva etapa. Y muchos se preguntan si ese cierre era necesario. Particularmente, creo que el último plano de Jesse en “Breaking Bad”, escapando en el auto que da nombre a esta película, dejaba ese flanco abierto, aunque  no era muy difícil pensar que Pinkman iba a seguir ligado al camino oscuro que había decidido recorrer junto a Walter. Por esto, la película no será comprendida por quien no haya visto la serie, porque el final feliz de Jesse solo pueden aplaudirlo quienes tuvieron como ídolo al gran Heisenberg y al compañero que siempre estuvo a su sombra. Aaron Paul demuestra estar a la altura de un personaje icónico pero al cual le saca todo rastro de comedia, centrando como matices la desesperación y el vacío que hay en su mirada.

Este es un cierre adecuado y que no molesta pero que se queda  como un experimento superficial, como un esfuerzo por cerrar todos los ciclos. La aparición de Bryan Cranston, en esa escena en la cafetería, pone en evidencia lo que uno piensa después de  los primeros 40 minutos de “El Camino”: que el verdadero “Breaking Bad” acabó hace 6 años.