Las chicas que se
convirtieron en reinas de la temporada de series gracias a su propuesta
innovadora y profundamente humana, empujaron una
segunda temporada que demuestra que los éxitos sorprendentes pueden forzar las decisiones más
arriesgadas, como lo es el estirar los episodios mientras se repiensa la idea
inicial.
Liz Flahive y Carly
Mensch, creadoras de la serie, sabían que no la tenían fácil. Una historia como
la que cuenta “Glow” debía desarrollarse con el tono adecuado y un elenco que
la sostuviera sin caer en la caricatura ni la pose. Ya sabemos que “Glow” fue
un fenómeno televisivo en los ’80, mostrando lucha libre femenina, por tanto,
estábamos ante una propuesta para nada delicada.
“Glow” llegó en uno de los
momentos sociales más intensos de empoderamiento femenino, lo que parece ser la
respuesta al crecimiento de sus personajes en vetas más personales y más alejadas del wrestling. Estaba dada la
posibilidad de hacer crecer el arco narrativo para desplegar el potencial argumental, el
cual también tenía otro objetivo muy claro: dejar la puerta abierta para una
tercera temporada. La duda era si este tránsito iba o no a desgastar la
propuesta.
Así pasaron los 10 episodios de
esta segunda sesión, poniendo sobre la mesa discusiones sobre sobre el panorama
laboral, el acoso sexual sin disimulos, el
lesbianismo y la igualdad de género. Con mayor o menor suerte, lo que es
indiscutible es que el inexperimentado reparto ha sabido llenarse de loas.
Ya demostraron saber dar buenos golpes en el ring, pero en esta nueva entrega evolucionaron
y consolidaron sus interpretaciones. Los personajes siguen burlándose de sí
mismos, al tiempo que iban generando una
especial fraternidad. En el apartado de los actores, muy llamativo fue el
tratamiento que tuvo el personaje de Marc Maron, el cual se sumió en una
inmersión compleja. Sam fue menos Sam a medida que iban pasando los
episodios. Por otro lado, los que pensábamos que Liberty Bell había superado la
infidelidad de su marido, estábamos equivocados; la herida fue profunda y
Debbie se mostró vulnerable, vengativa, frustrada y débil; en este torbellino
emocional, que la tuvo sumida en constantes cambios de ánimo, terminó tomando
decisiones y haciéndose dueña de su propio camino, lo que no habría podido
lograr si no hubiera tenido en frente al tremendo personaje de Alison Brie.
Es impresionante el desplante que Ruth tiene en pantalla, en el escenario y
bajo el mismo. Ha demostrado que la comedia le acomoda en demasía, y
que acompañada del otro pilar fundamental de la serie (Marc
Maron), son un dúo complejo pero que se atrae. Hasta el momento no
olfateamos que se vayan a confundir los sentimientos, algo que no quedó del todo
claro en los últimos 3 episodios, pero que tampoco creemos necesario.
Por el lado de las chicas, si
bien supimos algo más del resto de ellas no existió el gran paso ninguna. Ese
es uno de los fallos de la temporada, pues
mantener el peso de la serie en sus dos
protagonistas, que ya conocimos muy bien en la primera temporada, quita interés
en un clan muy bien dibujado y que está en la banca esperando entrar a la
cancha. La que más nos mostró fue “la reina de los subsidios” (Kia Stevens,
luchadora profesional en la vida real y que trabajó en la WWE y TNA), pero la
historia con su hijo no se desarrolló. Del resto, Yolanda, la luchadora
lesbiana, es otra que podría poner otro acento en temáticas de total
actualidad. Por otra parte, los hombres
de “Glow” adquirieron pinceladas más profundas, pues el director
debió enfrentar una inesperada paternidad de una adolescente y que nos mostró
un lado dulzón de Sam, mientras que Bash tuvo que enfrentarse a la tragedia de la
pérdida de un amigo más que especial. Lo complicado es que, mientras vemos
que la historia de Bash podría darle más dimensión al personaje, la de
Sam podría estancarlo en un estereotipo romanticón que su personaje no necesita,
insistimos en eso. Ojalá lo mediten muy bien en el guion.
Por el lado de la ambientación, la
segunda temporada mostró mejor manejo de recursos, mejores trajes y producción,
manteniéndose el sello humano que la hizo tan visible en su temporada debut.
Lo que más respaldó las dudas que
nos dejaba el guion, fue que los capítulos son de corta duración. Y en ese aprovechamiento del
tiempo, resaltó absolutamente el octavo episodio, probablemente el más
innovador al colocarnos como un espectador habitual del espectáculo. El montaje
potenció el lazo de las historias de estas mujeres con los combates, y para quienes somos
habituales espectadores de RAW y SmackDown y crecimos con los combates de
tantas leyendas, el haberse posicionado delante del televisor de los años ’80 fue
muy gratificante.
Ahora, contrariamente a lo que podría pensarse de una
ficción de lucha libre, “Glow” pecó, en esta segunda temporada, de un
ritmo lento. Por más temas ochenteros y reconocibles que fuera la excelente música escogida, con mucho break dance
incluido, la trama se hizo esperar, siendo adornada por esa necesidad de los estadounidenses
de transformar todo en un show. Ahí fue donde cayó en la misma tentación de “The
Handmaid´s Tale”, donde la segunda temporada se vuelve solo un puente para cruzar hacia una tercera,
en la cual, “Glow” debiera mejorar en aspectos donde tiene gran amplitud para
hacerlo; si tienes solo media hora por capítulo, pues ve al grano y agiliza las
tramas, y si quieres lucha libre propiamente tal, lamento decirte que ésta solo
podría ir quedando como la excusa para desarrollar más dramas que alegrías en
la vida de estas mujeres, y donde el derrotar los estereotipos tan actuales se
puede ir convirtiendo en la verdadera batalla. Esa es una de las cosas que hace
a “Glow” tan especial, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de
una ficción ambientada hace más de treinta años.