martes, 31 de julio de 2018

Glow, temporada 2: Sin conteo de 10


Las chicas que se convirtieron en reinas de la temporada de series gracias a su propuesta innovadora y profundamente humana, empujaron una segunda temporada que demuestra que los éxitos  sorprendentes pueden forzar las decisiones más arriesgadas, como lo es el estirar los episodios mientras se repiensa la idea inicial.

Liz Flahive y Carly Mensch, creadoras de la serie, sabían que no la tenían fácil. Una historia como la que cuenta “Glow” debía desarrollarse con el tono adecuado y un elenco que la sostuviera sin caer en la caricatura ni la pose. Ya sabemos que “Glow” fue un fenómeno televisivo en los ’80, mostrando lucha libre femenina, por tanto, estábamos ante una propuesta para nada delicada.
“Glow” llegó en uno de los momentos sociales más intensos de empoderamiento femenino, lo que parece ser la respuesta al crecimiento de sus personajes en vetas más personales  y más alejadas del wrestling. Estaba dada la posibilidad de hacer crecer el arco narrativo  para desplegar el potencial argumental, el cual también tenía otro objetivo muy claro: dejar la puerta abierta para una tercera temporada. La duda era si este tránsito iba o no a desgastar la propuesta.

Así pasaron los 10 episodios de esta segunda sesión, poniendo sobre la mesa discusiones sobre sobre el panorama laboral, el acoso sexual sin disimulos,  el lesbianismo y la igualdad de género. Con mayor o menor suerte, lo que es indiscutible es que el inexperimentado reparto ha sabido llenarse de loas. Ya demostraron saber dar buenos golpes en el ring, pero en esta nueva entrega evolucionaron y consolidaron sus interpretaciones. Los personajes siguen burlándose de sí mismos, al  tiempo que iban generando una especial fraternidad. En el apartado de los actores, muy llamativo fue el tratamiento que tuvo el personaje de Marc Maron, el cual se sumió en una inmersión compleja. Sam fue menos Sam a medida que iban pasando los episodios. Por otro lado, los que pensábamos que Liberty Bell había superado la infidelidad de su marido, estábamos equivocados; la herida fue profunda y Debbie se mostró vulnerable, vengativa, frustrada y débil; en este torbellino emocional, que la tuvo sumida en constantes cambios de ánimo, terminó tomando decisiones y haciéndose dueña de su propio camino, lo que no habría podido lograr si no hubiera tenido en frente al tremendo personaje de Alison Brie. Es impresionante el desplante que Ruth tiene en pantalla, en el escenario y bajo el mismo. Ha demostrado que la comedia le acomoda en demasía, y que acompañada del otro pilar fundamental de la serie (Marc Maron), son un dúo complejo pero que se atrae. Hasta el momento no olfateamos que se vayan a confundir los sentimientos, algo que no quedó del todo claro en los últimos 3 episodios, pero que tampoco creemos necesario.



Por el lado de las chicas, si bien supimos algo más del resto de ellas no existió el gran paso ninguna. Ese es uno de los  fallos de la temporada, pues  mantener el peso de la serie en sus dos protagonistas, que ya conocimos muy bien en la primera temporada, quita interés en un clan muy bien dibujado y que está en la banca esperando entrar a la cancha. La que más nos mostró fue “la reina de los subsidios” (Kia Stevens, luchadora profesional en la vida real y que trabajó en la WWE y TNA), pero la historia con su hijo no se desarrolló. Del resto, Yolanda, la luchadora lesbiana, es otra que podría poner otro acento en temáticas de total actualidad.  Por otra parte, los hombres de “Glow” adquirieron  pinceladas más profundas, pues el director debió enfrentar una inesperada paternidad de una adolescente y que nos mostró un lado dulzón de Sam, mientras que Bash tuvo que enfrentarse a la tragedia de la pérdida de un amigo más que especial. Lo complicado es que, mientras vemos que la historia de Bash podría darle más dimensión al personaje,  la de Sam podría estancarlo en un estereotipo romanticón que su personaje no necesita, insistimos en eso. Ojalá lo mediten muy bien en el guion.

Por el lado de la ambientación, la segunda temporada mostró mejor manejo de recursos, mejores trajes y producción, manteniéndose el sello humano que la hizo tan visible en su temporada debut.
Lo que más respaldó las dudas que nos dejaba el guion, fue que los capítulos son de  corta duración. Y en ese aprovechamiento del tiempo, resaltó absolutamente el octavo episodio, probablemente el más innovador al colocarnos como un espectador habitual del espectáculo. El montaje potenció el lazo de las historias de estas mujeres  con los combates, y para quienes somos habituales espectadores de RAW y SmackDown y crecimos con los combates de tantas leyendas, el haberse posicionado delante del televisor de los años ’80 fue muy gratificante.

Ahora,  contrariamente a lo que podría pensarse de una ficción de lucha libre, “Glow” pecó, en esta segunda temporada, de un ritmo lento. Por más temas ochenteros y reconocibles que fuera la excelente música escogida, con mucho break dance incluido, la trama se hizo esperar, siendo adornada por esa necesidad de los estadounidenses de transformar todo en un show. Ahí fue donde cayó en la misma tentación de “The Handmaid´s Tale”, donde la segunda temporada se vuelve  solo un puente para cruzar hacia una tercera, en la cual, “Glow” debiera mejorar en aspectos donde tiene gran amplitud para hacerlo; si tienes solo media hora por capítulo, pues ve al grano y agiliza las tramas, y si quieres lucha libre propiamente tal, lamento decirte que ésta solo podría ir quedando como la excusa para desarrollar más dramas que alegrías en la vida de estas mujeres, y donde el derrotar los estereotipos tan actuales se puede ir convirtiendo en la verdadera batalla. Esa es una de las cosas que hace a “Glow” tan especial, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una ficción ambientada hace más de treinta años.

martes, 17 de julio de 2018

The Handmaid’s Tale, temp 2: transmutar la desesperanza


La serie de Hulu utilizó los mismos ingredientes  que le consiguieron alabanzas y premios en la primera temporada, pero esta vez con un guion más lento y confuso, lo que dio la sensación de querer estirar la historia para forzar una tercera temporada. Con los aires feministas cubriendo el mundo, el guion quedó corto.

Globos de Oro y muchos Emmys, entre ellos, los de mejor serie dramática del año. Un gran examen tenía que dar “The Handmaid’s Tale” en su segunda temporada, tras llenarse de elogios en 2017. Interpretaciones soberbias, iluminación artística, dirección cuidada y  una historia asfixiante y sorprendente,  mantenían la calidad visual de este futuro distópico llamado Gilead. Sin embargo, y con sorpresa, constatamos que esta segunda temporada se perdió, durante un buen rato, en la pereza.
Los primeros episodios fueron solamente recordar todas las desgracias a las que fueron sometidas June, Emily, Moira y las demás, pero con June solamente en la lucha por  su propia supervivencia, tras los intentos fallidos de  huida. Estos nuevos capítulos se desmarcaron del libro de Margaret Atwood, aunque ella participó en la confección de los guiones para que fueran coherentes con su visión de Gilead, sin embargo, y a pesar de su agudo ojo, la historia fue una madeja que mezcló pasado y futuro en desorden, a la vez que se introducían nuevos personajes de los cuales no supimos, hasta muy avanzada la historia, su verdadero valor. Un ejemplo claro es el de Eden, cuyo objetivo se devela casi al final y le da sentido a lo observado antes.

Pero el problema no es de la serie propiamente tal, es de la gran historia que nos presentaron y cuya vara quedó en un nivel difícil de igualar. Los actores y personajes se repetían pero en una trama más reposada, llena de monosílabos, primeros planos, silencios largos, imágenes oscuras. En los primeros episodios (los más débiles, sin duda) nos mostraron a una June altiva y con guiños de rebelión, los que fueron aplacados por la fiera Serena, estableciéndose una relación que sería el sostén de la temporada. “Hemos tenido demasiado la una de la otra” le recalcó la dueña de casa cuando le comunica que, tras el nacimiento del bebé, deberá marcharse.

La tía Lidia siguió siendo  protagonista pero perdió peso y autoridad, lo que diezmó su particular carácter y le quitó continuidad a la historia. Ahora se notó más cercana a las criadas, como que hasta les tomó cariño, lo que fue otra evolución difícil de comprender ante la altivez y tiranía expresada en la primera sesión y que le valió merecidos reconocimientos a la gran Ann Dowd. Pero las verdaderas protagonistas siguieron siendo June y Serena, esta última explotando en un gran potencial. Yvonne Strahovski le da un sello vibrante a su personaje de mujer dura y alimenta perfectamente esa relación tormentosa con June, la que se suaviza abruptamente cuando nace el bebé. Su revelación nos acercó a  esos momentos en los que a la mujer la mueve la compasión y  la sororidad.


En el apartado técnico, la serie mantuvo el tono tétrico y los planos fueron más allá; en esos primeros planos se buscó visualizar el lado más  impactante del miedo. El vestuario siguió en  la línea ya conocida, mientras que los flashbacks fueron herramienta constante para observar y recordar cómo era la vida de June y las demás, tratando de establecer ese paralelo entre el ayer y el ahora. Hay que reconocer que la temporada toma vuelo muy avanzada la sesión, lográndose episodios de buen nivel. El octavo, llamado “El trabajo de las mujeres” da indicios de que la fachada de Gilead comienza a resquebrajarse. El hecho de que Serena compruebe que no es inmune a la crueldad con la que se trata a las mujeres le provoca el shock que dará vida a lo que ocurre desde este capítulo y hasta el final. Otro episodio muy difícil y violento es “La última ceremonia”, donde la violación de June no es la escena más dura, sino que el reencuentro con Hannah, donde en pocos minutos se exploran las heridas más profundas del corazón, las recriminaciones y las dudas sobre el futuro.

"This Woman's Work" de Kate Bush, "Going Back to Where I Belong" de Sugar Pie De Santo, o "Go!" de Santigold, fueron algunos de los temas que barnizaron el ritmo de una entrega que fue una agonía lenta al principio, pero que se tornó más ágil al final, manteniendo su oscuridad y transmutando la desesperanza.

Por momentos emanó la sensación de que los guionistas de la serie dudaron sobre si convertirla en la historia de una gran fuga o si seguir la línea de la novela de Margaret Atwood, pues, al mismo tiempo, está Donald Trump en la Casa Blanca y la extrema derecha ganando peso en Europa. Quizás fue esa indecisión la que motivó una primera parte lenta y una segunda (los últimos 5 episodios) más extrema, violenta y concluyente, con respecto a la debilidad de la democracia y al papel reaccionario que las mujeres deberán tomar. Y la escena final es decidora al respecto.

La Biblia llena de anotaciones de la joven Eden, y que fue encontrada por June, es la señal de algo nuevo. La tercera temporada fue confirmada con la serie aún al aire (un guiño a las críticas que la estaban destruyendo), lo que nos da esperanza de que la rebelión viene (supuestamente). Considerando la oleada feminista, la tercera temporada no debiera mantener el peso del sufrimiento en las mujeres y debiera darles a los hombres (ausentes en protagonismo) la responsabilidad de la reflexión. Si el empoderamiento femenino existe en el mundo real, una serie como esta debiera reflejarlo y ya se acabó el tiempo para la espera.