Joel Fields y Joe Weisberg,
los showrunners de “The Americans” no son rusos, pero parecen
haber recurrido a toda la tragedia emocional de su literatura para construir el
fin de una de las mejores series de estos últimos 5 años. Este final no dejó
cadáveres ni tiroteos, pero dejó el corazón del matrimonio Jennings
completamente roto.
Suena "Dont Dream It's
Over" de Crowded House y un par de carteles anuncian el estreno de “Wall
Street”. Así partió la sexta y última temporada de “The Americans” delatando
con la canción y las películas, que entre la sesión anterior y ésta habían pasado
tres años, y con el transcurrir de los episodios íbamos a captar cuánto había
cambiado todo en la pareja de espías soviéticos. Desde el inicio, hace cinco
años, la historia protagonizada por Keri Russell y Matthew Rhys, como un
matrimonio de espías rusos infiltrado en el Estados Unidos de final de la
Guerra Fría, ganó adeptos acérrimos en la crítica especializada y una inesperada
actualidad ante las noticias sobre las relaciones del entorno de Donald Trump
con el régimen de Vladímir Putin. Más allá de los eventos políticos, lo que siempre
importó en “The Americans” fueron los lazos que unieron a la familia
Jennings, los que los llevaron a matar, engañar, conspirar en pos de un objetivo ideológico. Y la empatía ocurrió. Si bien el
contar una historia de espionaje ruso-norteamericano no sea tan interesante,
considerando la amplísima oferta seriéfila de hoy, la historia de los Jennings
conectó y los guiones siempre contaron la historia de dos personas, aunque con
el paso del tiempo, la trama dio para la evolución de otros personajes.
Stan, ese amigo fiel
Estar al tanto del accionar del
FBI era fundamental para el objetivo de los Jennings en Estados Unidos, y
escogieron a Stan (Noah Emmerich) como su blanco y así Entablaron una amistad que incluía tardes de cerveza y una
relación sincera hasta con los hijos. Si bien “The Man” pudo haber descubierto
mucho antes quiénes eran los Jennings (el guion no lo deja muy bien desde ese
punto de vista), y sus sospechas solo fueron evidentes en la temporada final, esa
“muerte” de la amistad y el develo de la traición se producen cuanto Stan los
enfrenta en ese estacionamiento. La verdad y los reproches hirieron más que
todas las balas que los Jennings dispararon en toda la serie. La escena no duró
más de diez minutos y sólo tuvo dos interlocutores,
con intervenciones más cortas de las
otras dos, pero que dieron más esencia a la tensión de sentirse descubiertos
por esa persona que siempre les actuó de buena fe. La sensación de Stan de
saberse traicionado y de tener razón en sus sospechas contrastó con el alivio de Philip, porque ya
no habría que mentir más. Finalmente, este momento le dio la reafirmación,
peso, a esa verdadera amistad, y fue
solo ese valor el que les permitió cumplir su plan de salir del país de manera
clandestina y no ser detenidos por este agente del FBI engañado. Sin embargo,
el momento en que Philip le pide a Stan que cuide de Henry es uno de los
tremendos golpes emocionales del capítulo; todo lo político queda atrás,
finalmente la miseria humana y la sensación de estar perdiéndolo todo afloró en
su magnitud, helando nuestros huesos y señalándole a Stan que ahora tiene otra
responsabilidad heredada de esta amistad sincera.
El factor Paige
Al principio parecía riesgoso incluir
una evolución del personaje de Paige
(Holly Taylor), la hija adolescente de los Jennings. Finalmente, el guion
planteó que una vez enterada de la verdadera identidad de sus padres, comenzara
un acercamiento con la patria de ellos y se le fueran planteando cada vez más
contradicciones con su país de nacimiento. Y si bien decide aventurarse en el
mundo del espionaje, (sus padres le presentaron una fachada demasiado idílica
de su trabajo), fue obvio que nunca
estuvo convencida del todo y que el hecho de dejar a Henry significaba un
precio demasiado alto para alguien que no tenía una real conexión con Rusia. Su
imagen sola en el andén, mientras sus padres entran a Canadá en un tren que no
va a detenerse es brutal, de una sinceridad conmovedora, aplastante. Sin duda
que el matrimonio hubiera preferido que Stan les hubiera disparado antes de
patentar que su familia estaba rota, que su hija había decidido quedarse en su
país de nacimiento, sin que el guion nos de pistas de qué camino va a seguir. Otra
duda que quedó sin resolver fue la de Renee, y si era o no una espía soviética.
Philip se lo desliza a Stan para
evitarle futuras frustraciones, pero le clarifica que no está seguro del todo y
nosotros tampoco lo estamos.
La música fue otro factor
importante en la serie, pues fue utilizada como herramienta evocativa para
hacer avanzar la trama. Fleetwood Mac, David Bowie, Elton John, Talking Heads,
Peter Gabriel, U2, Dire Straits entre otros, jugaron un papel clave en evocar
la relevancia de la cultura popular en
los hechos que se devenían. Cambios, separación, frío, inquietud, todo atravesó
como un puñal a esta historia.
Desde la primera temporada defendí
“The Americans” y resultó realmente
milagrosa su supervivencia en FX. Lamentablemente, las audiencias fueron
siempre bajas y la sensación es que muchísima gente se perdió la oportunidad de
disfrutar un producto de alta factura. La última temporada nos dio mucho a
nivel humano y equilibró el bajón que hubo en la anterior, porque el retrato que
se hizo de Elizabeth, sobre todo, fue realmente impresionante. Ella fue la
dueña de la temporada final y la más castigada tras este doloroso fin. No fue a
la cárcel, no murió, regresó a Rusia viva junto a Philip, pero claramente regresaron
habiéndolo perdido todo.
Un final de serie inspirador. Ese
“nos acostumbraremos”, en ruso, que pronuncia Elizabeth mientras mira su país
desde un puente solo denota la desesperanza que teñirá su nuevo destino. Por más
vidas que haya quitado este matrimonio, por más sangre que hayan derramado de
otros, finalmente, fue la propia sangre la que los castigó y será el dolor más
grande que deberán cargar.