sábado, 18 de marzo de 2017

Split: el narrador está de vuelta

El nombre M.Night Shyamalan pasó de ser sinónimo de genialidad a ahuyentar al público de las salas debido a sus propios errores. Por eso, esta “Split” era toda una apuesta, 50-50, de salir decepcionado, otra vez. Estimadas y estimados, el de “Sexto Sentido” está de regreso.


“Sexto Sentido” y “El Protegido” son obras maestras, eso es más que suficiente para darle muchas oportunidades a M.Night Shyamalan, director hindú dueño de una visión sumamente original pero que estaba siendo cuestionado por sus últimos trabajos. Y si en 2015, con “The Visit”, dio luces que no todo estaba perdido, el plato fuerte, su regreso triunfal a las grandes lides es “Split”.
La película va adquiriendo rápidamente un tono oscuro y se mete en el terreno del thriller psicológico. Como director, Shyamalan aprovecha al máximo el reducido espacio donde se desarrolla la historia y, a través de movimientos de cámara y planos sumamente contenidos, construye de manera sólida un gran suspenso, propio de lo que está contando. La fotografía de Michael Gioulakis (espectacular su trabajo en “It Follows”) juega con los espacios, las luces y las sombras, las que junto al increíble sonido y la música de West Dylan Thordson, crean una atmósfera totalmente opresiva. 

Shyamalan guionista:
Hace un gran trabajo. “Split” debe ser su película más “transparente” en años, es decir, aquella que se ciñe a sus códigos, como lo es el presentar un desenlace revelador, de esos que nos dejan pegados al asiento de la pura sorpresa. En el film, vuelve a jugar con las técnicas narrativas de sus películas más famosas y que lo llevaron a ser reconocido como “el nuevo Spielberg”, por aquello de darle al público lo que quiere ver pero sin descuidar la calidad. Para lograrlo en “Split”, construye una historia en espiral, en la que el protagonista acaba aceptando su realidad inicial para sobreponerse a ella, hasta llegar al clímax, donde alguna variación en el relato altera la percepción de toda la historia, otra característica de su cine. En el caso de “Split”, la sorpresa final enfrenta a la película con la propia filmografía del director. Ese final enriquece y potencia el valor del film por completo, haciendo obligatoria una segunda visita y verla desde otra perspectiva.
Como punto débil, el guion deja algunos cabos sueltos, ¿será una apuesta a futuro?. Por otro lado, las interpretaciones de las dos amigas del personaje de Anya Taylor-Joy no resultan convincentes y son olvidadas por el guion. Y, quizás, la historia podría haber profundizado más en temas como la familia, la infancia, el dolor, todos recurrentes en la filmografía del director, pero acá ese acercamiento no se logró con la fuerza emocional de sus otras obras.



Personajes:
El trabajo de James McAvoy es demencial. Como hacía mucho tiempo no lo veíamos, da una clase de interpretación tanto en su expresividad como en su transformación física, según la personalidad que ocupe el cuerpo de Kevin en determinado momento. Es evidente que se entregó por completo al rol. Cada una de las personalidades que interpreta logra diferenciarse de las demás al utilizar sutiles cambios de voces, gestos y posturas. Anya Taylor-Joy (sí! la misma que estuvo genial y avasalladora en “The Witch”) hace un gran trabajo dándole vida a un personaje muy introvertido. Es poco lo que expresa con palabras y el director reafirma la construcción de su perfil apoyándose en flashbacks que contextualizan su conducta actual. La joven actriz supera con creces el desafío. Y Betty Buckley, como la psicóloga de Kevin que intenta comunicarse con todas las personalidades, también sobresale.


En resumen, lo vas a pasar muy bien viendo esta intensa y arriesgada propuesta de M.Night Shyamalan, cuyo punto más alto es James McAvoy. Este narrador especialista construye mucho suspenso, terror a ratos y un final que te volará la cabeza, en ese último minuto el director reafirma, con creces, “este soy yo”. 

Trainspotting 2: Melancolía desfasada

En los tiempos en que la industria está exprimiendo la década de los ’80 apelando a la mayor nostalgia posible, aparece la secuela de una de las películas más icónicas de los ‘90. Veinte años hicieron mella en los personajes de la rocambolesca ficción de 1996, convertida en imágenes por un Danny Boyle novedoso y visualmente impactante para esos años.

Los ‘90 fueron del Reino Unido. Oasis, Blur, el gran paragua del Brit-pop, la hipersexualidad, las Spice Girls…el imperio gozó de un revival que no había experimentado desde Los Beatles. Bajo este contexto, en 1996, apareció “Trainspotting”, cinta que se convirtió en el ingrediente que faltaba para redondear el concepto “Cool Britannia”. La cinta de Boyle no sólo fue visualmente innovadora y tuvo el mejor soundtrack que se hubiere hecho hasta entonces, sino que además corrió el riesgo de presentar un tema tabú, como lo fue y lo es el consumo de la heroína, sin caer en moralismos.

“T2 Trainspotting” (2017) reúne al director Danny Boyle, al guionista John Hodge, al autor Irvine Welsh y a gran parte del elenco original: Ewan McGregor, Jonny Lee Miller, Ewen Bremner, Robert Carlyle y Kelly Macdonald. La gran decepción es que el film no trata sobre nada en particular ni posee una identidad propia. Sujeta al contraste con su predecesora, posee desde su concepción un problema: ¿verdaderamente necesitamos saber lo que sucedió con Renton y los demás en los últimos 20 años?. Bajo esta premisa rebuscada, Boyle apeló al mejor as que poseía: la nostalgia. El director tenía claro que los fanáticos serían fieles, así como lo son los de “Star Wars”. A toda prueba.

Pensándolo bien, igual es válido que haya echado mano a esa nostalgia. No hay duda que los que crecimos con la primera entrega (para las nuevas audiencias esta película será más difícil) gozaremos con el regreso de Renton a su Edimburgo natal y la manera en la que se cruza con cada personaje de su pasado. Gozaremos con ese reencuentro entre Renton y Spud  con la misma nostalgia con la que los lucasianos se arrodillaron al momento en que Han Solo y la princesa Leia se volvieron a ver en “The Force Awakens”. Esto pasa cuando un film se inmortaliza como algo más grande que sí mismo y captura el fantasma de la época.


La Música
Fue uno de los tópicos que quedó de la película original para siempre. En esta secuela, la relación entre música e imagen no posee la magia de la primera, pero hay buenas secuencias, como la del club nocturno en la que suena Queen de fondo, es formidable. Detalles de este tipo abundan y, a través de ellos, la dosis de nostalgia se ve saciada. No ocurre lo mismo en la escena de la carrera. Allí queda claro que no fue posible emular la espontaneidad y el genio del guion de la primera “Trainspotting”. Tampoco posee secuencias equivalentes a las del “inodoro más sucio de Escocia” ni a las de la sobredosis al compás de “Perfect Day” de Lou Reed, o la infernal desintoxicación de Renton; todas ellas, escenas con un nivel altísimo de genialidad y con un aporte fundamental de la música como factor de completitud del mensaje.
No deja de ser un tanto frustrante.


Personajes 20 años después
Los personajes de “Trainspotting” eran los herederos de una cultura punk que había destapado la maquinaria detrás del sistema, sistema que conducía sus vidas con un cinismo autodestructivo. ¿Contra qué revelarse si ya sabían que todo daba lo mismo?. Gran premisa. 
En “Trainspotting 2”, Begbie aparece como un malvado, sin otra cosa en la cabeza que vengarse de Renton. Al menos se acertó en el ejercicio de reemplazar las carencias de Begbie con una mejoría considerable en la construcción psicológica de Spud, el personaje más sólido de la cinta. En un momento hay un monólogo similar al famoso “Choose Life”, en el cual Renton despotrica contra las redes sociales y las nuevas formas de hipocresía, pero no dice nada que no se haya oído en películas más viejas. Tampoco tiene nada que ver con el resto de la historia, porque cada vez que pareciera que el guion va a contar algo, se va a otra cosa y la idea se pierde.


En definitiva, “T2” no logra impacto y se vuelve un experimento dentro de esta ola de revivals, y el motivo es porque no tiene nada qué decir. Boyle es inteligente y juega con los fans de la primera parte dando pequeños bocados, siendo sólo un reflejo más dañado de lo que era Boyle en 1996. El mero hecho de existir y ser una película tan complaciente consigo misma deshace la contundencia del film original, repleto de cinismo y agresividad, y que se jugaba por una filosofía clara, en vez de un collage que busca ser actual y que sólo se vuelve melancólico.

jueves, 9 de marzo de 2017

Kong, Skull Island: Aún no está listo para ser el rey

El Kong que se medirá a Godzilla, en tres años más, pareciera estar en buena para los adictos a los films de acción. Para el resto, la conclusión es que le falta mucho para acercarse a lo que Kong ha significado para varias generaciones de fans. 


Todos conocemos la historia de King Kong, algo así como “La Bella y la Bestia” pero en versión monstruo. Esta vez, “Kong: Skull Island” se moderniza un poco y la historia nos lleva a 1975, cuando Estados Unidos abandona Vietnam. No obstante, esta ambientación histórica solo sirve para contextualizar al personaje de Samuel L. Jackson, un militar a la antigua que ve cómo se termina la guerra y, con ella, su estilo de vida. Primera patinada del guion.
Lo peor de la película no es este cambio; lo peor es que avanza en cámara rápida porque precipita todo y, por tanto, deja múltiples escenas sin cierre y un par de personajes sin mayor lucimiento. Con un reparto estelar, el único que convence es Samuel L. Jackson (no es sorpresa, a la larga es un film familiar), porque funciona como motor de la trama. Otro punto favorable al actor, es que es muy carismático, pero aquí ese cariño va decayendo porque se enfrenta a Kong, y en esa pugna obviamente saldrá perdiendo. Su contrapunto es otro militar, interpretado por Tom Hiddleston, quien tiene muchos conocimientos tácticos y militares y que piensa más en frío. Su personaje está bien escrito, tiene frases y actitudes que hacen que uno se forme un buen retrato; en definitiva, un personaje fácil de interpretar para un actor con tantos recursos y que tiene ganado al público hace años, tras ser identificado siempre con Loki. Brie Larson sigue la estela de personajes femeninos aparentemente fuertes, decididos y valientes. Sin embargo, ambos personajes quedan estrechos por las tramas del guion. Otro que se diluye injustamente es el de John C. Reilly. De hecho, el personaje matiza tanto la narrativa que pareciera que la intención del director hubiera sido degradar a los personajes humanos del film. Y Kong, por supuesto, es el que se roba todas las escenas. Es King Kong. En su primera aparición se muestra como un gorila poderoso y violento, del cual sabemos que sacará su corazoncito en algún momento y que su final será trágico. El guion intenta conferirle humanidad pero no lo hace correctamente y cae en la contradicción de mostrarlo como una fuerza de la naturaleza y, a la vez, como un ser con sentimientos.


Todas las nuevas criaturas están bien dibujadas e insertas en la trama para aportar a esa atmósfera fantasmal de la isla, sin embargo, se quedan cortos frente a una dirección conformista. Lo más probable es que Vogt-Roberts planeaba un homenaje más que una película que apoyara a la franquicia, pues en 2020 este mismo Kong se verá las caras con el Godzilla de Gareth Edwards (2014) y Michael Dougherty (2019). Cualquier intención de relacionar las tramas queda estancada en esta entrega; hay un par de líneas, algo obvias, pero que se terminan diluyendo.

Hay un par de cosas buenas:

Es entretenida. Cumple su función original y, visualmente, es un portento. La fotografía se luce a nivel técnico, pero no apoya el desarrollo de la historia que pretende contar. La música es entusiasta y ayuda a “trotar” estas dos horas (hace 10 años, a Peter Jackson le tomó más de tres horas la narración de los hechos).


Una mezcla de “Jurassic Park” y “Apocalypse Now” pero con tecnología moderna. Como film de acción el resultado es satisfactorio, pero no se puede decir lo mismo de su tono. La narrativa es vaga, la apuesta no es arriesgada aunque, haciendo una muy profunda reflexión, podríamos decir que pareciera ser la precuela para los primeros Kong, pues éste aún no está preparado para ser el rey e ir a la ciudad. Esperábamos más de Tom Hiddleston y, particularmente, de Brie Larson. Finalmente, esto es puro entretenimiento sin complicaciones, la acción por la acción.

miércoles, 1 de marzo de 2017

The Affair, temp 3: pérdida de identidad

Cuando Showtime anunció renovación para una cuarta temporada, muchas voces se alzaron en contra. "The Affair" ¿realmente bajó el nivel en esta tercera sesión?. Analicemos por qué esta temporada brilló menos que las anteriores, pero sin menospreciar todo lo bueno que aún le queda.

Esta creación de Hagai Levi y Sarah Treem, conceptualmente, es una de las series más originales de los últimos 10 años. Fue encontrando varios rumbos y, cuando todo hacía creer que sería complicado encontrar nuevas motivaciones que acentuaran el tono de la narración, la tercera entrega sorprendió con momentos culmines pero con más oscuridad, los que la alejaron de su foco central, produciendo la pérdida de esa "frescura" del inicio. La magia de la primera temporada se había convertido en rutina.

El contraste entre perspectivas y las reflexiones sobre cuál es la verdad es el valor neto de "The Affair". Dicho de otra manera, fue una herramienta elegante para proporcionar información al espectador, convirtiendo a la serie en un producto sobre el que se debía reflexionar. Sin embargo, la tercera temporada pareció haber perdido esa identidad y los diez episodios nos presentaron una serie totalmente nueva, muy melodramática por lo demás, lo que no resultaba interesante y generaba muchos momentos en los cuales giraba sobre sí misma.

Veamos los tópicos centrales de la 3ª entrega:
*Alison orbita de nuevo en torno a Cole.
*Helen no puede dejar de pensar en Noah.
*Noah se vuelca de lleno a reflexionar sobre su pasado logrando momento íntimos y densos.

Pero no fue suficiente. Faltó algo que impactara, faltó una novedad relevante, como lo fue, por ejemplo, la introducción de la perspectiva de Helen en la segunda temporada.


Alison:
Que siga trastornada por la muerte de su hijo y sienta pánico de perder, también, a Joanie es una coherencia narrativa que sigue mostrándonos a una mujer en sensibilidad extrema (y a veces, agotadora); por eso el guion le presentó actos que no entendimos (como ese revival con Cole) pero que se justifican porque ella siempre está caminando al borde de la cornisa. Siguió estando impulsiva lo que, lamentablemente, algunos interpretaron como parte de la sensualidad de esta mujer y no como parte de su gran desequilibrio. Como nunca, su mirada lo decía todo, una actuación dramáticamente bien ejecutada.

Cole
En su onda. Prefiere sufrir bajo su careta de hombre respetable a romper con todas sus obligaciones autoimpuestas. Su presencia, en esta temporada, estuvo tan limitada y aportó tan poco, que se hace evidente que los guionistas quieren dejar lo mejor para el final.

Noah
Durante las dos primeras temporadas, Noah y Alison compartieron el protagonismo. Con esas diferencias de perspectiva, la serie creaba una narrativa implícita que hacía a la audiencia apoyar y comprender a los miembros de la pareja. Ese equilibrio se rompió en la tercera temporada. Noah, recién salido de la cárcel después de declararse culpable por la muerte de Scott, cuenta con puntos de vista sin contraste en casi todos los capítulos y, más bien, nos quisieron transmitir una imagen muy Don Draper del siglo XXI. Todas las subtramas que giraron en torno a él (los estudiantes, la profesora francesa, los parajes europeos) nada tenían que ver con la serie; los protagonistas, acostumbrados a comer en el Lobster y sufriendo por sus miserables vidas, de pronto se observan comiendo pollo en un restaurant, bebiendo vino tinto, mostrando estanterias llenas de libros y de intelectualidad. Reitero que como su trama no tuvo punto de vista enfrentado, el giro final de la temporada se podía predecir con facilidad desde el inicio. Por otro lado, toda la trama de John Gunther (el guardia de la cárcel, con un Brendan Frasier irreconocible) salió tan forzada y excesiva que dio la sensación de estar viendo otra serie, completamente distinta.

Helen
El personaje que le dio un Globo de Oro a Maura Tierney fue el más perjudicado. Mientras que en las temporadas anteriores siempre tuvo una razón propia para estar ahí y algo que contar sobre ella, todas sus escenas de la tercera temporada orbitaron en torno al ex marido y su sentimiento de culpa, lo que acabó resolviéndose en una escena algo desagradable. Fue  extraño ver a Helen tan indiferente con sus hijos y tan impulsiva con sus padres. Participó de escenas mal planteadas.

Juliette
Su trama, al igual que la de Noah, no estuvo contrastada ni tenía el tono que acostumbraba la serie. La historia de una cuarentona guapa, europea y con espíritu aventurero, que tiene que huir de un marido mayor y con Alzehimer está muy bien planteada y pretendió ser un recordatorio (con algo de moralina), de que tener un affair tiene consecuencias devastadoras. Como su relación con Noah no fue importante y su marido muere en el episodio final, su inclusión se sintió como una pérdida de minutos que otros personajes pudieron haber aprovechado.



Lo que queda de The Affair: Alison y Cole
Los únicos momentos en los que "The Affair" volvió a parecer lo que era, fueron aquellos ambientados en el pueblo costero, el que funciona como un personaje más de la ficción. Las tramas que envuelven a Cole y Alison son las únicas que fluyeron con naturalidad y que se fundamentaron en todo lo explicado en las temporadas anteriores.
Lo que hacía a "The Affair" una experiencia fascinante, era su forma y no su contenido.
Aunque las relaciones extramaritales han sido analizadas muchas veces, la serie conseguía parecer original al utilizar esta situación no como eje central del guion, sino como una excusa para examinar, hasta los huesos, a personajes reales e interesantes.

Pero hubo algunas cosas rescatables de esta tercera sesión.

Los minutos dedicados al trauma de Noah, por la muerte de su madre y a la relación con su hermana, recordaron a las mejores escenas de las temporadas anteriores. Buenísima es la escena de Noah y Alison frente a la chimenea del hotel, cuando él le cuenta cómo ayudó a su madre a acabar son su vida. Esto demuestra, una vez más, que la serie gana cuando enfrenta a los principales y vuelve al tema de su relación.
Otro punto interesante, fue que cada episodio de esta nueva entrega generó climas claustrofóbicos, los que ayudaron a descifrar  momentos  importantes para los protagonistas. El suspenso se tomó la serie y, con la ayuda de una desgarradora fotografía, se construyeron varias de las acciones más reveladoras de toda la historia.


Igualmente quedamos con esa sensación de qué sucederá con estos personajes y el universo que construyeron. Con la cuarta temporada (ya aprobada) que, al parecer, será la última, la historia de Alison y Cole ha quedado relegada para el gran final, uno que debiera devolvernos la identidad extraviada en estos diez capítulos.