martes, 17 de julio de 2018

The Handmaid’s Tale, temp 2: transmutar la desesperanza


La serie de Hulu utilizó los mismos ingredientes  que le consiguieron alabanzas y premios en la primera temporada, pero esta vez con un guion más lento y confuso, lo que dio la sensación de querer estirar la historia para forzar una tercera temporada. Con los aires feministas cubriendo el mundo, el guion quedó corto.

Globos de Oro y muchos Emmys, entre ellos, los de mejor serie dramática del año. Un gran examen tenía que dar “The Handmaid’s Tale” en su segunda temporada, tras llenarse de elogios en 2017. Interpretaciones soberbias, iluminación artística, dirección cuidada y  una historia asfixiante y sorprendente,  mantenían la calidad visual de este futuro distópico llamado Gilead. Sin embargo, y con sorpresa, constatamos que esta segunda temporada se perdió, durante un buen rato, en la pereza.
Los primeros episodios fueron solamente recordar todas las desgracias a las que fueron sometidas June, Emily, Moira y las demás, pero con June solamente en la lucha por  su propia supervivencia, tras los intentos fallidos de  huida. Estos nuevos capítulos se desmarcaron del libro de Margaret Atwood, aunque ella participó en la confección de los guiones para que fueran coherentes con su visión de Gilead, sin embargo, y a pesar de su agudo ojo, la historia fue una madeja que mezcló pasado y futuro en desorden, a la vez que se introducían nuevos personajes de los cuales no supimos, hasta muy avanzada la historia, su verdadero valor. Un ejemplo claro es el de Eden, cuyo objetivo se devela casi al final y le da sentido a lo observado antes.

Pero el problema no es de la serie propiamente tal, es de la gran historia que nos presentaron y cuya vara quedó en un nivel difícil de igualar. Los actores y personajes se repetían pero en una trama más reposada, llena de monosílabos, primeros planos, silencios largos, imágenes oscuras. En los primeros episodios (los más débiles, sin duda) nos mostraron a una June altiva y con guiños de rebelión, los que fueron aplacados por la fiera Serena, estableciéndose una relación que sería el sostén de la temporada. “Hemos tenido demasiado la una de la otra” le recalcó la dueña de casa cuando le comunica que, tras el nacimiento del bebé, deberá marcharse.

La tía Lidia siguió siendo  protagonista pero perdió peso y autoridad, lo que diezmó su particular carácter y le quitó continuidad a la historia. Ahora se notó más cercana a las criadas, como que hasta les tomó cariño, lo que fue otra evolución difícil de comprender ante la altivez y tiranía expresada en la primera sesión y que le valió merecidos reconocimientos a la gran Ann Dowd. Pero las verdaderas protagonistas siguieron siendo June y Serena, esta última explotando en un gran potencial. Yvonne Strahovski le da un sello vibrante a su personaje de mujer dura y alimenta perfectamente esa relación tormentosa con June, la que se suaviza abruptamente cuando nace el bebé. Su revelación nos acercó a  esos momentos en los que a la mujer la mueve la compasión y  la sororidad.


En el apartado técnico, la serie mantuvo el tono tétrico y los planos fueron más allá; en esos primeros planos se buscó visualizar el lado más  impactante del miedo. El vestuario siguió en  la línea ya conocida, mientras que los flashbacks fueron herramienta constante para observar y recordar cómo era la vida de June y las demás, tratando de establecer ese paralelo entre el ayer y el ahora. Hay que reconocer que la temporada toma vuelo muy avanzada la sesión, lográndose episodios de buen nivel. El octavo, llamado “El trabajo de las mujeres” da indicios de que la fachada de Gilead comienza a resquebrajarse. El hecho de que Serena compruebe que no es inmune a la crueldad con la que se trata a las mujeres le provoca el shock que dará vida a lo que ocurre desde este capítulo y hasta el final. Otro episodio muy difícil y violento es “La última ceremonia”, donde la violación de June no es la escena más dura, sino que el reencuentro con Hannah, donde en pocos minutos se exploran las heridas más profundas del corazón, las recriminaciones y las dudas sobre el futuro.

"This Woman's Work" de Kate Bush, "Going Back to Where I Belong" de Sugar Pie De Santo, o "Go!" de Santigold, fueron algunos de los temas que barnizaron el ritmo de una entrega que fue una agonía lenta al principio, pero que se tornó más ágil al final, manteniendo su oscuridad y transmutando la desesperanza.

Por momentos emanó la sensación de que los guionistas de la serie dudaron sobre si convertirla en la historia de una gran fuga o si seguir la línea de la novela de Margaret Atwood, pues, al mismo tiempo, está Donald Trump en la Casa Blanca y la extrema derecha ganando peso en Europa. Quizás fue esa indecisión la que motivó una primera parte lenta y una segunda (los últimos 5 episodios) más extrema, violenta y concluyente, con respecto a la debilidad de la democracia y al papel reaccionario que las mujeres deberán tomar. Y la escena final es decidora al respecto.

La Biblia llena de anotaciones de la joven Eden, y que fue encontrada por June, es la señal de algo nuevo. La tercera temporada fue confirmada con la serie aún al aire (un guiño a las críticas que la estaban destruyendo), lo que nos da esperanza de que la rebelión viene (supuestamente). Considerando la oleada feminista, la tercera temporada no debiera mantener el peso del sufrimiento en las mujeres y debiera darles a los hombres (ausentes en protagonismo) la responsabilidad de la reflexión. Si el empoderamiento femenino existe en el mundo real, una serie como esta debiera reflejarlo y ya se acabó el tiempo para la espera.

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