Un pasado repleto de melancolía, en el que aflora el trauma, aunque también la conciencia de un estilo de vida. Todo ello amparado por la visión lírica de Chloé Zhao, quien logra exhibir la belleza del nomadismo.
Una vida de soledad, desapegada de todo lo superfluo, donde prima la relación con un entorno natural, pero a la par, con una fuerte conciencia de comunidad sostenida en el apoyo mutuo. Ese es el pilar del discurso de ‘Nomadland’, película que ya ha salido victoriosa de varios circuitos cinematográficos y que nos vuelve a poner por delante una dirección y actuación encomiables. La película emerge como un grito contra el materialismo y donde se discute, por ejemplo, sobre la necesidad de firmar una hipoteca a cuarenta años, para sentir que tienes un hogar.
Chloé Zhao no pretende ser definitiva con esta presentación, porque la vida nómada
tiene también sus penurias y las muestra sin contemplaciones, como cuando Fern
festeja sola el año nuevo, con una bengala, o aquello que le provoca observar
los atardeceres, como un simil con ‘Into
the Wild’, aunque, si bien es cierto, la
película de Sean Penn armaba una afrenta contra el sistema e idealizaba
esa existencia en solitario; ‘Nomadland’
evita todo elemento aleccionador. La película es filmada en exteriores con gran
trabajo del lente, sobre todo cuando abre los planos intentando que entre por
la cámara la grandiosidad de la naturaleza; en algunos planos, Frances McDormand
se come la pantalla, y en otros, el paisaje la devora a ella, porque Zhao convirte ese medio oeste en territorio adverso; así es como el film se pasea por el
desierto, por enormes planicies, la intemperie, las carreteras hacia ninguna parte. Las imágenes son bellas y desoladoras también, y acompañan a los personajes como sobrevivientes del
sistema. Nuestra protagonista viaja por diferentes condados y se cruza con
otros nómadas, con quienes intercambia inquietudes y recomendaciones de
próximos destinos, armando una ruta para vivir el presente y para constatar, que ese estilo de vida desapegado, genera una unión, un compañerismo, un amor a la vida que el capitalismo no puede dar. En esas conversaciones, los planos son cortos y los diálogos algo inconexos,
con actores no profesionales, nómadas reales, que le aportan al relato una
perspectiva fresca y espontánea.
Frances McDormand es la dueña de todo lo que ocurre, de todo lo que emociona y duele de la película, dando vida a una mujer recién viuda y cuyo pueblo fue desterrado por los vaivenes económicos. Se mantiene a base de trabajos esporádicos que la obligan a moverse por distintos lugares, no perteneciendo a ninguno. Unas semanas aquí, otras semanas allá, señalando a los nuevos pobres, a los que viven en un viejo furgón, como ella, compartiendo los rigores de esa vida nómada. Si en ‘Tres anuncios por un crimen’ eran unas vallas publicitarias las que le servían para denunciar la inercia policial, en ‘Nomadland’ son las estrecheces de una camioneta lo que se erige como denuncia frente a un sistema que va ‘botando’ personas, a pesar de una vida entregada al trabajo, y que al final de ella no tienen paz para vivir. Es una película muy melancólica, casi triste, porque añora el pasado, pero que destila libertad por todos sus ángulos.
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