lunes, 12 de febrero de 2018

La Forma del Agua: conexión es la clave

Los films de Guillermo del Toro no soportan mucha racionalidad en el análisis, porque es un mundo propio al cual el espectador se debe entregar sin prejuzgar. “La Forma del Agua” es su último golpe a la cátedra, al estilo cuento de hadas, cercana a “La Bella y la Bestia”, y con la misión de contar acerca de grandes esfuerzos y sacrificios para romper con la soledad.

Guillermo del Toro es el gran protagonista de esta historia que ha cosechado numerosos premios desde su estreno. Los seguidores del director mexicano han enganchado, algunos con fanatismo y otros con discreción, pero lo que todos refrendan es que a través de “La Forma del Agua”, Del Toro demuestra su gran capacidad para contar  historias, la que nuevamente es guiada por su niño interior, aquel que siempre fue seducido por los monstruos y criaturas que siempre ha buscado reverenciar.

“ET”, “Splash”, “El Gigante de Acero”, “Okja” y muchas más, son ejemplos de que la fórmula del “ser distinto” funciona independiente de la época. El despertar esa sensación de protección al desvalido en la audiencia siempre ha traído réditos, por eso es que a muchos les pasó que tras visionar “La Forma del Agua”, mucho público sintió que era algo que habían visto antes; por eso, el secreto para encantarse con ella y sacarla adelante es simplemente el conectar, no racionalmente, con lo que estás viendo.

Sally Hawkins es quien lleva el pulso de la historia y es increíble como el papel le quedó como un guante. Sin decir palabra alguna, transmite todo lo que el guion le señala mostrándose valiente, poética, romántica, sufrida. La interpretación de Doug Jones, como el anfibio, es digna de elogiar; Del Toro debe de haber visto algo especial en este actor para que sea él quien encarne a todos sus monstruos. Desde “El Laberinto del Fauno” se ha puesto en la piel de las criaturas del mexicano, logrando en cada una esa dosis de humanidad que hace que Del Toro siempre lo necesite.
Ninguno de los dos personajes principales se comunica de manera “normal”, y eso tampoco es casualidad; ambos representan a la minoría, sobre todo el monstruo, el que se vuelve realmente entrañable; ambos presentan una historia de amor del tipo “La Bella y La Bestia”, clásico que aunque pasen y pasen los años no perderá jamás su dulzura.
Y qué decir de Michael Shannon. Fantástico en el rol del perverso que se obsesiona con el monstruo y solo desea su aniquilación, por motivos que se van volviendo personales con el correr del film. Un actor más que dotado para estos papeles.


El Guion también es fuerte. Escrito por Guillermo del Toro y Vanessa Taylor, siempre mantiene el ritmo a pesar de tener ese touch dulzón del cuento de hadas. La historia se funde con el trasfondo de la Guerra Fría, período en el cual el odio estaba a la orden del día. El guion también se hace parte de ciertas reflexiones en temáticas de sexualidad, egoísmo,  no respeto, dejando entrever la máxima de cada film de Del Toro: el verdadero monstruo de la historia es el ser humano

La Fotografía es otro ingrediente esencial en cada película del mexicano y acá no es la excepción. Si bien el monstruo podría haber sido realizado con más creatividad y así evitar las comparaciones con “La Mujer y el Monstruo” (1954), a excepción de esto, cada escena está bellamente filmada, sobre todo aquellas en el baño, porque son de una delicadeza asombrosa. Incluso los desnudos, los que están plenamente justificados pues la protagonista, desde el inicio, daba cuentas de sentirse incompleta y buscaba en privados momentos algo de mínima autosatisfacción. Y el cuadro final, esa danza que quedó luego plasmada en el poster, está definida por una paleta de colores genuinamente elaborada.

Otro punto sensible es el de la Banda Sonora, prácticamente otro personaje más en esta historia. Más que merecido el Golden Globe ya que la música es muy hermosa y ayuda a transportarse a la época en que trascurre todo. Cada una de las 26 piezas derrama calidad y belleza.


Sin duda, es la película más adulta de Del Toro y eso se respira en la atmósfera, en los personajes y en la ausencia de uno de los elementos característicos de su cine: los niños. Por el contrario, nos presenta a “La Forma del Agua” a través de una heroína frágil pero  valiente y de un monstruo que se va volviendo fuerte y que luchará por lo que quiere. Ambos lo harán, sobre todo ella, ya que la vida solo la dejaba ser feliz en el mundo de sus sueños, siendo esta bestia la que le plantea la pregunta de si realmente quiere vivir esa “vida real”. Tal cual el título del film, el amor, al igual que el agua, no tiene una forma reconocida como perfecta.

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