Mucho se ha filmado sobre Malcolm X y Martin Luther King, las dos principales figuras de los movimientos sociales de los ‘60, y ambos asesinados por su lucha. Pero poco habíamos escuchado de Fred Hampton, el líder de las Panteras Negras de Chicago y esta película, con espectacular dirección y actuaciones, le da justicia a un joven que luchó por igualdad y que convivió todo el tiempo con la traición suspirándole en la nuca.
El FBI quería acabar con toda
noción de poder negro y suprimir la idea de un posible “Mesías negro” que
pudiera unir a ese grupo. Esta película, que estaba siendo trabajada desde el
2014 y que tuvo una reescritura de guion, plantea su punto de vista entre Fred
Hampton (Daniel Kaluuya), ese líder lleno de juventud y convicción que
pretendía luchar por la igualdad de los suyos, una figura carismática y cuyos
discursos iluminaban a la multitud sufriente. El Mesías. Y Bill
O’Neal (Lakeith Stanfield), el informante del FBI infiltrado en las
Panteras Negras de Chicago y quien fue cómplice en el asesinato del primero.
Judas.
La película cumple un rol
interesantísimo en situarnos en eventos históricos desde los ojos de un joven perdedor,
el personaje de Standfield; aparentemente alejado del movimientos por los
derechos civiles de los afrodescendientes en Estados Unidos, sin un interés
real por lo que peleaba su raza, se ve obligado a estar en medio de la acción y
de acercarse al emblemático Hampton y así pasar información al FBI. En el
desarrollo de la acción, hay momentos en que se hacen borrosas las líneas que
diferencian el espionaje y la creencia real en la causa en la que se ve
involucrado O’Neal, porque su confusión se va haciendo evidente; de esta
manera, lo vemos constantemente al borde
de un ataque de nervios, siendo la interpretación de Lakeith brillante al
trabajar con una angustia continuamente contenida; el actor construye un retrato
excelente de alguien en una situación límite.
El título de la
película juega con nuestras expectativas porque sabemos cómo termina la
historia, sin embargo, Shaka King moviliza la relación entre los
protagonistas y pinta una amistad que inspira complicidad y apoyo. Gracias a
esta puesta en escena, el espectador siempre está al borde del asiento, porque
el único que no conoce las intenciones de O’Neal es Hampton. De alguna forma, O’Neal, al
no tener convicciones y responder ante la presión (muy bien pagada), acaba
preso del capitalismo. Y por otro lado, Hampton, como el comunismo,
aprovecha su capacidad de oratoria para construir hospitales y dar de comer a
los pobres, sufriendo persecución por sus ideas, yendo a la cárcel por
éstas y convirtiéndose en blanco de
maquinaciones.
Los dos protagonistas están espectaculares, sobre todo Kaluuya, encarnando una personalidad mesiánica y nos convence de que Hampton era el sucesor de Malcolm X y King. Otro punto bien logrado es la manera en que nos vamos acercando hacia los personajes, con primeros planos en los apasionados discursos de Hampton y en el rostro de un O’Neal desesperado, donde se aprovecha muy bien la actuación de Lakeith. En cuanto a la fotografía, el director sabe muy bien cuando acercarse a los protagonistas y cuando debe observarlos con distancia para mostrar la fragilidad de ambos. Otro gran acierto es contraponer a alguien con tanto carisma, como Kaluuya, con alguien tan enigmático como Lakeith, lo cual es acierto de la dirección, ya que es la manera en la que se maneja la potencia del protagonista, contrapuesta con la ansiedad de su antagonista, camino a la conclusión del macabro plan del FBI. Esa es la fuerza de la película.
Shaka King usa la tragedia que está contando,
que es comprable a una adaptación de una obra de Shakespeare, para mandar un
mensaje claro a los afroamericanos: sólo ganaremos si estamos unidos. Hampton
consiguió esa unión y tenía el potencial de revolucionar a Estados Unidos, pero
nunca sabremos si su idealismo hubiera acabado en buen puerto. En su ópera
prima, Shaka King nos brinda una clase de historia tan poderosa como
desalentadora.
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