miércoles, 28 de septiembre de 2016

NARCOS, temporada 2: la incómoda empatía con el villano

Para los que vimos esta segunda temporada, nos bastaron 48 horas. “Narcos” fue tan bien estructurada que volvió a funcionar pero, esta vez, empleando nuevos conceptos.


La primera temporada de la propuesta de Netflix resultó ser épica y una de las mejores series de 2015. De hecho, la comentamos extensamente acá. Que el gigante del streaming decidiera concentrar presupuesto en retratar la estética de la vida de Pablo Escobar fue un riesgo calculado y magistralmente realizado, mientras que esta segunda sesión proponía otro concepto, otro discurso: narrar la caída del rey.
La visión que nos presentó Netflix de Escobar fue la de un hombre interesado en el dinero pero cómodo con la posición social que tenía. Allí se percibía la circularidad de su personalidad, en la que hay una disonancia clave en la jerarquía de sus valores: ¿le interesa el reconocimiento de su pueblo o amasar miles de millones a través de la droga? Y ante esa máxima, los espectadores tuvimos que elegir si empatizábamos con este análisis del personaje, aquel que se acercaba a las clases humildes de Medellín por mera estrategia o por, simplemente, un lavado de imagen. 

La serie, en cuanto a su narrativa, dotó a los personajes de un estilo Godfellas, aunque en esta ocasión, Pablo me pareció más un bien un Walter White. Esto se debió a que la serie pasó de ser un relato criminal, que abarcaba una extensa linea de tiempo, a ser otro más dramático, centrándose en los últimos días de Escobar.
Claramente, el trabajar un periodo de tiempo acotado permitió a los guionistas  desarrollar una profundidad justa y necesaria, tanto para los personajes principales como para las lineas argumentales secundarias.
Este proyecto, creado por Chris Brancato, Doug Miro y Carlo Bernard (producido por el cineasta brasileño josé Padilha), logró ser original y fresco dentro de un género super explotado, que contaba una historia muy conocida, además; pero el ir a lugares reales, filmar con cierta crudeza, pero de manera entretenida, nos permitió comprender con más facilidad la realidad terrible que vivió Colombia por esos años y que, la mayoría de nosotros, sólo conocía por fotos. El guion, en esta temporada 2, nos mostró la otra cara de la moneda: al intocable perdiendo, poco a poco, su poder; al gobierno, viéndose obligado a tomar decisiones extremas; al costo que pagaron los ciudadanos de a pie etc. Y todo esto, contado en capítulos que tuvieron peso uno a uno, no hubo casi ninguno de relleno. Todos fueron importantes para la trama, entretenidos, atrapantes, mérito total de la dirección.
En este punto, me impresionó sobremanera el episodio “Alemania 93”, con el cual recordé al tremendo episodio “Dead Freight” de Breaking Bad.


Actuaciones
Podrá no hablar el mejor español ni lograr el mejor acento, pero Wagner Moura se metió en su personaje hasta comprenderlo completamente. El brasileño se lució, fue contradictorio y cautivador, mostrando cabalmente potencia, profundidad, humanidad, peligrosidad… el mayor descubrimiento de la ficción. También quiero reconocer a los sicarios de Pablo: Diego Cataño (La Quica) y Leynar Gómez (Limón), pues ambos lograron ser perfectamente reconocibles y mostrar un perfil bien desarrollado.
El resto del elenco estuvo más que bien. El dúo de agentes interpretado por Boyd Holbrook y Pedro Pascal fue sensacional, luciéndose aún más que en la primera temporada. Tata, la mujer de Escobar, tuvo más protagonismo y le permitió a Paulina Gaitán  brindar una muy buena actuación. Los chilenos Paulina García y Alfredo Castro, en roles menores, tuvieron su momento de brillantez, sin embargo, es claro que la madre de Escobar fue una mujer importantísima en su vida y podría haber tenido más líneas o más peso argumental.
Los “villanos” de esta historia (y futuros protagonistas de la temporada 3) interpretados por Damián Alcazar y Alberto Amman no se vieron mucho, pero cuando lo hacen están más que bien. Hay que ver cómo los productores se las arreglan para explotar el talento de estos actores y, a la vez, ofrecer una tercera temporada sólida, ya sin el carismático Wagner Moura.


La multiculturalidad de la serie también hay que destacarla y valorizarla luego del buen resultado. “Narcos” sería imposible en un canal norteamericano común, por eso, Netflix no hace lo mismo que otro hubiera hecho y aprovecha el impacto global de la plataforma grabando una serie con equipo colombiano y norteamericano, en dos idiomas, y en las calles colombianas. La mezcla, contra lo que todos pudiéramos haber pensado, resultó explosiva y creíble.

Muy muy buena la segunda temporada de “Narcos”, rayando en lo excelente, porque se da una clase de cómo aprovechar el formato serie para contar una historia real, de forma efectiva y original. Este proyecto es una de las insignias de Netflix por mérito propio.

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