Cuando pensábamos que este sería
otro anecdotario de cómo mataron al Presidente, Pablo Larraín, y su primer
proyecto anglosajón, sacan del bosque una historia ya muy contada, para
concentrarse en la persona y en cómo ella sintió ese cruel acontecimiento.
Desde el inicio tenemos una banda
sonora (fantástica obra de Mica Levi) que nos señala, a cada momento, lo sombrío de los acontecimientos; las
notas discordantes son complementos perfectos de esos primeros instantes en los
que Jackie, algo pérdida, debe empezar a afrontar su nueva realidad. El marco
de esta película es la entrevista que Jackie le concedió a Time Magazine justo
después de la muerte de Kennedy, hecho en donde, por primera vez, inmortaliza
la presidencia de su marido y su vida como “Camelot”. Esta es una cuasi-biografía
que cuenta con dos anclas que engancharon perfectamente: el director Pablo
Larraín y Natalie Portman. La actriz tuvo la difícil labor de interpretar a
alguien demasiado consciente de su imagen, viviendo el momento más complejo de
su vida. Ella no sólo recrea cada movimiento e inflección en la voz de la
Primera Dama, sino que logra añadirle un nivel de empatía que separa su actuación
de la mera copia.
Para lograr salirse del molde,
Larraín nos presenta a Jackie en tres dimensiones:
la primera: es la figura pública
que se obsesiona con el funeral (imita el funeral de Lincoln) y con mitificar
el legado de su marido como una forma de manejar su dolor.
La segunda: la madre y miembro de
la familia Kennedy, la que defiende a sus hijos, la que tiene que reconstruir
su vida con un absoluto control de todo lo que se publica sobre ella, hasta en
la entrevista que ella misma planifica.
La tercera: la Jackie que afronta
la realidad de que ya nada será como antes, que está sola y que al momento de
la muerte de su marido la vida ya no será tan idílica.
La narrativa
de Larraín se basa en una recreación de los momentos icónicos que todos hemos visto
alguna vez. Sin embargo, no es ahí donde el foco está puesto, sino que en el
espacio negativo entre aquellas imágenes que todos recordamos. Ya pasó la época
de recrear ese momento, llegó el momento de sentirlo. Y para ello, Pablo siempre la pone en constante comparación con alguien. Kennedy, su asistente, el presidente Johnson, la Casa Blanca, un periodista o
un padre, son los recursos que utilizan director y guionista para que
Jackie confronte con ellos su opinión sobre la humanidad.
Otro de los puntos altos es el
diseño de producción, el cual te desafía a encontrar las diferencias entre lo
real, tanto del asesinato como del famoso tour por la Casa Blanca, y
la puesta en escena de Larraín. El director se luce con buenas
secuencias, siendo la mejor, quizás, cuando la cámara se separa de la cara de
Portman y vuela sobre el inmenso cortejo fúnebre en Washington, y luego se
centra en el ataúd hasta los ojos de la viuda, como si el público la observara
directamente. En ese momento, Jacqueline Kennedy desaparece y nace Jackie, la
mujer que renacerá de su dolor y que comienza una nueva vida. Aquí cambia
también la expresión de Portman, quien pasa de ser una sumisa mujer que es
forzada a sonreír, a ser a una mujer que
enfrenta a toda una administración. Ahí está la clave de la deslumbrante
actuación de Natalie Portman.
Quizás, el único lugar donde la
cinta falla un poco es en su estructura pues, aunque no sigue las reglas de
un biopic, sí utiliza el mecanismo de la entrevista contextualizadora
para intentar darnos más información. Sin embargo, esta conversación entre Jackie
y el periodista se hace lenta y se enfoca demasiado en demostrar cuán consciente
era ella de su imagen pública. Esto distrae de lo que
verdaderamente funciona en la película: el retrato de un sentimiento.
El guion de Noah Oppenheim también
tiene algunas fallas al presentarse, en algunos pasajes, como muy complaciente pero, finalmente,
termina bien su cometido de ser un espectáculo visual lleno de emociones, con
mucha intimidad, porque Larraín logra ser muy íntimo; se enfoca en su personaje
principal y la expone de una manera hermosa, abarcando un corto período de
tiempo que permite no diluir demasiado la historia. Esta elección de Pablo fue
muy inteligente, pues gracias a esa incisividad el film se digiere de buena manera.
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