El Kong que se medirá a Godzilla,
en tres años más, pareciera estar en buena para los adictos a los films de
acción. Para el resto, la conclusión es que le falta mucho para acercarse a lo
que Kong ha significado para varias generaciones de fans.
Todos conocemos la historia de
King Kong, algo así como “La Bella y la Bestia” pero en versión monstruo. Esta
vez, “Kong: Skull Island” se moderniza un poco y la historia nos lleva a 1975,
cuando Estados Unidos abandona Vietnam. No obstante, esta ambientación histórica
solo sirve para contextualizar al personaje de Samuel L. Jackson, un militar a
la antigua que ve cómo se termina la guerra y, con ella, su estilo de vida.
Primera patinada del guion.
Lo peor de la película no es este
cambio; lo peor es que avanza en cámara rápida porque precipita todo y, por
tanto, deja múltiples escenas sin cierre y un par de personajes sin mayor lucimiento.
Con un reparto estelar, el único que convence es Samuel L. Jackson (no es
sorpresa, a la larga es un film familiar), porque funciona como motor de la
trama. Otro punto favorable al actor, es que es muy carismático, pero aquí ese
cariño va decayendo porque se enfrenta a Kong, y en esa pugna obviamente
saldrá perdiendo. Su contrapunto es otro militar, interpretado por Tom
Hiddleston, quien tiene muchos conocimientos tácticos y militares y que piensa
más en frío. Su personaje está bien escrito, tiene frases y actitudes que hacen
que uno se forme un buen retrato; en definitiva, un personaje fácil de
interpretar para un actor con tantos recursos y que tiene ganado al público
hace años, tras ser identificado siempre con Loki. Brie Larson sigue la estela de
personajes femeninos aparentemente fuertes, decididos y valientes. Sin embargo,
ambos personajes quedan estrechos por las tramas del guion. Otro que se diluye
injustamente es el de John C. Reilly. De hecho, el personaje matiza tanto la
narrativa que pareciera que la intención del director hubiera sido degradar a los
personajes humanos del film. Y Kong, por supuesto, es el que se roba todas las
escenas. Es King Kong. En su primera aparición se muestra como un gorila
poderoso y violento, del cual sabemos que sacará su corazoncito en algún
momento y que su final será trágico. El guion intenta conferirle humanidad pero
no lo hace correctamente y cae en la contradicción de mostrarlo como una
fuerza de la naturaleza y, a la vez, como un ser con sentimientos.
Todas las nuevas criaturas están
bien dibujadas e insertas en la trama para aportar a esa atmósfera fantasmal de
la isla, sin embargo, se quedan cortos frente a una dirección conformista. Lo
más probable es que Vogt-Roberts planeaba un homenaje más que una película que apoyara
a la franquicia, pues en 2020 este mismo Kong se verá las caras con el Godzilla
de Gareth Edwards (2014) y Michael Dougherty (2019). Cualquier intención de
relacionar las tramas queda estancada en esta entrega; hay un par de líneas, algo
obvias, pero que se terminan diluyendo.
Hay un par de cosas buenas:
Es entretenida. Cumple su función
original y, visualmente, es un portento. La fotografía se luce a nivel técnico,
pero no apoya el desarrollo de la historia que pretende contar. La música es
entusiasta y ayuda a “trotar” estas dos horas (hace 10 años, a Peter Jackson le
tomó más de tres horas la narración de los hechos).
Una mezcla de “Jurassic Park” y “Apocalypse
Now” pero con tecnología moderna. Como film de acción el resultado es
satisfactorio, pero no se puede decir lo mismo de su tono. La narrativa es vaga,
la apuesta no es arriesgada aunque, haciendo una muy profunda reflexión, podríamos
decir que pareciera ser la precuela para los primeros Kong, pues éste aún no
está preparado para ser el rey e ir a la ciudad. Esperábamos más de Tom
Hiddleston y, particularmente, de Brie Larson. Finalmente, esto es puro
entretenimiento sin complicaciones, la acción por la acción.
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