En los tiempos en que la
industria está exprimiendo la década de los ’80 apelando a la mayor nostalgia posible,
aparece la secuela de una de las películas más icónicas de los ‘90. Veinte años
hicieron mella en los personajes de la rocambolesca ficción de 1996, convertida
en imágenes por un Danny Boyle novedoso y visualmente impactante para esos años.
Los ‘90 fueron del Reino Unido. Oasis,
Blur, el gran paragua del Brit-pop, la hipersexualidad, las Spice Girls…el
imperio gozó de un revival que no había experimentado desde Los
Beatles. Bajo este contexto, en 1996, apareció “Trainspotting”, cinta que se
convirtió en el ingrediente que faltaba para redondear el concepto “Cool
Britannia”. La cinta de Boyle no sólo fue visualmente innovadora y tuvo el mejor soundtrack que
se hubiere hecho hasta entonces, sino que además corrió el riesgo de presentar
un tema tabú, como lo fue y lo es el consumo de la heroína, sin caer en
moralismos.
“T2 Trainspotting” (2017)
reúne al director Danny Boyle, al guionista John Hodge, al autor Irvine
Welsh y a gran parte del elenco original: Ewan McGregor, Jonny
Lee Miller, Ewen Bremner, Robert Carlyle y Kelly Macdonald.
La gran decepción es que el film no trata sobre nada en particular ni posee una
identidad propia. Sujeta al contraste con su predecesora, posee desde su
concepción un problema: ¿verdaderamente necesitamos saber lo que sucedió con
Renton y los demás en los últimos 20 años?. Bajo esta premisa rebuscada, Boyle
apeló al mejor as que poseía: la nostalgia. El director tenía claro que los
fanáticos serían fieles, así como lo son los de “Star Wars”. A toda
prueba.
Pensándolo bien, igual es válido
que haya echado mano a esa nostalgia. No hay duda que los que crecimos con la
primera entrega (para las nuevas audiencias esta película será más difícil)
gozaremos con el regreso de Renton a su Edimburgo natal y la manera en la que
se cruza con cada personaje de su pasado. Gozaremos con ese
reencuentro entre Renton y Spud con la
misma nostalgia con la que los lucasianos se arrodillaron al momento en que Han
Solo y la princesa Leia se volvieron a ver en “The Force Awakens”. Esto pasa
cuando un film se inmortaliza como algo más grande que sí mismo y captura el
fantasma de la época.
La Música
Fue uno de los tópicos que quedó
de la película original para siempre. En esta secuela, la relación entre música
e imagen no posee la magia de la primera, pero hay buenas secuencias, como la
del club nocturno en la que suena Queen de fondo, es formidable. Detalles de
este tipo abundan y, a través de ellos, la dosis de nostalgia se ve saciada. No
ocurre lo mismo en la escena de la carrera. Allí queda claro que no fue posible
emular la espontaneidad y el genio del guion de la primera “Trainspotting”.
Tampoco posee secuencias equivalentes a las del “inodoro más sucio de Escocia”
ni a las de la sobredosis al compás de “Perfect Day” de Lou Reed, o la
infernal desintoxicación de Renton; todas ellas, escenas con un nivel altísimo
de genialidad y con un aporte fundamental de la música como factor de
completitud del mensaje.
No deja de ser un tanto frustrante.
Personajes 20 años después
Los personajes de “Trainspotting”
eran los herederos de una cultura punk que había destapado la maquinaria detrás
del sistema, sistema que conducía sus vidas con un cinismo autodestructivo.
¿Contra qué revelarse si ya sabían que todo daba lo mismo?. Gran premisa.
En “Trainspotting
2”, Begbie aparece como un malvado, sin otra cosa en la cabeza que
vengarse de Renton. Al menos se acertó en el ejercicio de reemplazar las
carencias de Begbie con una mejoría considerable en la construcción psicológica
de Spud, el personaje más sólido de la cinta. En un momento hay un monólogo
similar al famoso “Choose Life”, en el cual Renton despotrica contra las redes
sociales y las nuevas formas de hipocresía, pero no dice nada que no se haya
oído en películas más viejas. Tampoco tiene nada que ver con el resto de la
historia, porque cada vez que pareciera que el guion va a contar algo, se va a
otra cosa y la idea se pierde.
En definitiva, “T2” no logra
impacto y se vuelve un experimento dentro de esta ola de revivals, y el motivo
es porque no tiene nada qué decir. Boyle es inteligente y juega con los fans de la
primera parte dando pequeños
bocados, siendo sólo un reflejo más dañado de lo que era Boyle en 1996. El mero
hecho de existir y ser una película tan complaciente consigo misma deshace la
contundencia del film original, repleto de cinismo y agresividad, y que se jugaba
por una filosofía clara, en vez de un collage que busca ser actual y que sólo
se vuelve melancólico.
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