martes, 20 de mayo de 2014

GODZILLA, EL REY DE LOS MONSTRUOS VOLVIÓ POR SU CORONA

Cuando salga del cine luego de haber visto esta película lo más probable es que se pregunte “¿cómo se me ocurrió ver Transformers o Pacific Rim si iban a hacer esto?”. El odiar otras películas de acción o monstruos legendarios es un punto a favor de Godzilla, no porque las otras películas sean malas (bueno, lo son) sino porque esta es una muy buena película para adultos.

En algún momento pensé en ir con mi retoña, y hubiera sido un error. Porque Godzilla se desarrolla en un constante río de emociones: tristeza, frustración, terror, duda, desamparo.....algunas transmitidas por el propio monstruo y sus dos enemigos tipo Cloverfield, pero también traspasadas por los actores, los que se ven envueltos en una serie de tragedias personales provocadas por el abuso del hombre al medio ambiente.

El director Gareth Edwards dirigió Monsters (2010), la que narraba una historia de amor en medio de una peculiar invasión extraterrestre. Lo increíble es que los alienigenas pasaban a segundo plano y todo se centraba en el romance. Aquella película independiente lo elevó a la categoría de un buen creador de atmósferas. Quizás por esta experiencia es que Warner se atrevió a ofrecerle este proyecto no menor….llevar nuevamente al cine al eterno monstruo japonés cuya última aparición, en 1998, había sido una simple película de acción donde el hombre se imponía, a fuerza de armamento, a la bestia.

Acá hay mucho más trabajo de guion….un guion que se transformó durante 3 años, de la mano de Max Borenstein, en un torrente de matices emocionales y de historias secundarias que no adornan, sino que son parte relevante de la trama. Con un Bryan Cranston aportando drama y genialidad, sosteniendo la conexión triste de la trama. Aaron Taylor-Johnson en una buena ejecución de la redención y del perdón de un hijo a un padre. Muy desaprovechada sí estuvo Elizabeth Olsen, en un papel sin vuelco dramático y que lo tenía de sobra, y un siempre parejo Ken Watanabe.

Lo que sorprende en una película que se supone de acción, es que el guion sea de calidad. Y un elemento sorpresa que nos presenta éste, es que la criatura se demora más de 30 minutos en aparecer en pantalla, y no vemos claramente sus dimensiones hasta bien avanzada la cinta. Esto otorga suspenso, dosis extra de dramatismo, aumenta el clímax de la historia e instala en el espectador la ansiedad por que ese minuto llegue. Según Borenstein esto es muy parecido a lo que se hizo en Tiburón; de ahí tomó la idea de esconder la principal carta del naipe, y mientras todos la esperaban ocurrían otros hechos relevantes a considerar. La película es inteligente y se apoya en un gran trabajo técnico del ganador del Oscar, por efectos especiales, Jim Rygiel, así como el del director de fotografía Seamus McGarvey, y el  diseñador de producción Owen Paterson. Ellos son los responsables de que las dos horas se soporten a un ritmo super adecuado.

Esta versión supera sin duda a la de Roland Emmerich, siendo igualmente espectacular que las demás entregas recientes del género. Si alguna crítica hubiera que hacer, es que demasiada parte de  la acción se desarrolla de noche (quizás el 80% de la película) por lo que no es necesario verla en 3D y puede generar molestia en algunos espectadores. Y los niños muy pequeños, que había un par en la sala, terminan por no entender y se tornan algo molestos.

En resumen, esta bestia colosal vuelve a  salir del fondo del océano a un planeta desequilibrado por todo el daño que el hombre ha provocado. En un principio podría verse como un castigador, pero el juego está en ir descubriendo que es todo lo contrario.
Con 93.000.000 de dólares en su primer fin de semana, con críticas muy positivas y un director que empieza a gozar los frutos de su trabajo, sólo nos resta esperar cuándo va a ser anunciada la secuela, porque a pesar de los años este monstruo japonés todavía tiene alma para ser explorada por Hollywood. A pesar que ya cumplió los 60 años.




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