viernes, 2 de mayo de 2014

UNA PELICULA VIVA

Por algo ganó el Globo de Oro, el Bafta y el Oscar como Mejor Película Extranjera.

A través de la historia que cuenta el director Paolo Sorrentino, La Grande Bellezza nos grafica lo peor de la época actual pero contada a través de la belleza que siempre ha tenido el cine italiano. Muchos críticos la comparan con la Dolce Vita por su exquisita presencia fílmica, por el poderío de las locaciones, por el manejo virtuoso de la cámara. Y otros han dicho, sin tapujos, que fue la mejor película de todo 2013.

Acá no hay buenos ni malos, no hay antagonistas. Hay gente que se autoflagela, gente que vive de sus riquezas y sus fiestas apoteósicas, para ver que al final del día no tienen nada. El protagonista, Jep Gambardella, también está muy metido en ese mundillo; a pesar que sólo escribió una novela en toda su vida se da la gran vida en fiestas vacías, y donde es testigo de la sordidez de cada personaje que va conociendo.
Hay varios diálogos memorables en la cinta y que apoyan esta idea de que en una ciudad tan hermosa, llena de belleza (como Roma) hay gente horrible, vacía, decrépita. Como Romano, el gran amigo de Jep que sueña con escribir una obra de teatro y ser reconocido, como Ramona, la hija de un amigo y que toma el papel de una confidente de Jep, o la misma Iglesia, cuando los curas sólo se detienen a detallar las recetas de cocina que saben hacer en vez de hablar de pobreza, de esperanza.

La estética está maravillosa. Casi no hay grabación en interiores, todo es exterior, con un hermoso trabajo de fotografía, con luz y sombra magistral, y con un director que mueve constantemente la cámara, permitiendo ver elegancia y agilidad narrativa.

Los contrastes se dan entre los paisajes más hermosos que puede mostrar un film con los pocos valores que se aprecian en los personajes; es como decir “que valioso son estos paisajes pero yo soy rico, vivo en fiestas opulentas, soy reconocido…. ¿cuál de las dos cosas tiene más valor?”

Hacia el final, cuando aparece en escena Sor María, es cuando el guion deja caer, como balde de agua fría, todo su peso. Cómo a través de esta monja que “se casó con la pobreza”, que duerme en el suelo, que comía raíces de árboles en sus misiones en África, cada personaje se cuestiona si de verdad el dinero que han ganado, o la forma en que han vivido sus vidas ha valido la pena.

La Gran Belleza no es una comedia, es una invitación a la reflexión dentro de este juego de máscaras; y es una vuelta a ese cine italiano hermoso, en un viaje extravagante entre la pobreza de los personajes y la verdadera apreciación y búsqueda de la belleza.



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