Después del éxito arrollador de la
temporada anterior, Charlie Brooker debía definir cómo respondía a las enormes
expectativas, en un año lleno de aciertos para Netflix y cuya serie había sido
escogida como el broche de oro ideal. En un primer visionado, la temporada de “Black Mirror” deja una estela de leve
decepción porque carece de un “San
Junipero”, “White Bear” o “Shut Up and Dance”, no hay nada de eso que nos
desgarró las entrañas, y de ahí la pregunta de si Brooker no quiso (o no
pudo) llegar a tal nivel de efecto sublime, o simplemente fuimos nosotros los que perdimos la capacidad
de sorpresa.
El famoso episodio del cerdo, en
la primera temporada, marcó un estándar de calidad que “Black Mirror” ha ido poniendo
en jaque con el tiempo. Tanto es así que lo inolvidable de la serie se ha ido reduciendo
a momentos contados con los dedos de una mano, siendo “San Junípero” lo
que más recordamos. Y con esa marca muy fresca en la memoria, el equipo de
Charlie Brooker y Netflix se dio el tiempo suficiente para construir una
temporada a la altura de un nuevo actor: la masividad. Y con el objetivo
de asestar un golpe de entrada, el episodio que abre la sesión 4 es la
dedicatoria más flagrante a un universo explícito y muy masivo también. “USS
Callister” está hecho para los fans de “Star Trek” y es desarrollado por
el televisivo Toby Haynes, quien ya había dirigido episodios
de “Doctor Who” y que ahora buscaba aplicar al máximo una historia propia
de la tecnofobia de “Black Mirror”. Es el episodio más largo de los seis,
el más ambicioso en niveles de producción y el único cuyo guión no corrió a
cargo exclusivo de Charlie Brooker; contiene giros, sorpresas y humor,
al tiempo que nos sitúa en una incómoda gama de grises con respecto a quiénes
son los héroes y quiénes son los villanos, dónde está el bien y el mal. El protagonista
es un genio y un psicópata a la vez. En su casa se dedica a jugar en su propia
recreación virtual de “Star Trek”, haciendo de capitán sobre las copias
genéticas de sus compañeros de trabajo, a los que odia. A partir de ahí se
desarrolla una trama sencilla pero efectiva, con buenas cuotas de oscuridad y
planteando el punto de vista bizarro y esencial de la serie acerca de Dios y la
venganza. Buen inicio.
“Black Mirror” también es sinónimo
de reflexión ante el miedo y la desesperanza, y algo de eso trató de tomar
Jodie Foster para recrear la fobia que desarrollan muchos padres cuando sus
hijos son pequeños. En “Arkangel”, lamentablemente, esta fobia es aprovechada
para introducir un elemento tecnológico en personajes demasiado simples y
sin trasfondo. El ritmo, además, es lento y el guion va girando erradamente,
hasta terminar en una historia poco
sorprendente y centrada en la relación madre-hija más que en la propia
problemática de la tecnología. Quiere oler al “Cisne Negro” por todos lados pero ha escenas pobres y que dejan mucho que desear, como aquella en la que se muele la píldora
en la juguera. Para colmo, Foster
propone un final insatisfactorio, que no deja ninguna conclusión y es casi
indigno de su trayectoria. Traspié.
John Hillcoat firma “Crocodile”.
El boom del thriller nórdico (“Millenium”, “Trapped” etc.) parece ser la
influencia con la que el director de “The Road” envuelve el relato.
Los gélidos parajes de Islandia le dan al episodio una atmósfera que ayuda a
contextualizar a la asesina, en una historia que se basa en la premisa del instinto
de supervivencia, el peso de los pecados del pasado y los propios recuerdos
como último recurso de intimidad; los escenarios lo son todo en este episodio,
porque los personajes son previsibles y planos y la trama se torna medio aburrida cuando
quiere jugar al detective, introduciendo suspenso y toda una escena de investigación policíaca para
una mujer que sólo es una trabajadora de una compañía de seguros; por supuesto,
todo culmina con un final bastante absurdo. Por lo menos, “Crocodile”
tiene guiños y homenajes que nos sacaron del letargo. Por ejemplo, destaca
la reutilización de la interpretación de Irma Thomas de “Anyone Who Knows What
Love Is”, la cual fue protagonista inolvidable de “15 Million Merits” (segundo
episodio de la primera temporada) cuando Jessica Brown-Findlay intentaba
conquistar a los jueces del programa de talentos. El otro guiño son los caramelos, los que también consume la protagonista
del episodio “Metalhead”.
Tras la decepción de “Crocodile”,
la serie se pone nostálgica e intentar replicar a “San Junipero”. En “Hang
the DJ”, Tim Van Patten reimagina cómo serían las páginas de citas elevadas a
la enésima expresión por la tecnología. El amor es y será uno de los temas
centrales de “Black Mirror” porque no existe nada más opuesto a la lógica (sustento de la tecnología) que ese sentimiento que nos diferencia, y es en
el amor donde Charlie Brooker ha encontrado momentos para sus reflexiones más profundas. Lejos de aspectos trasgresores, como la homosexualidad de "San Junipero", en “Hang
the DJ” se opta por personajes clásicos
y un escenario ambientado en la actualidad. Claramente no llega a la excelencia
sentimental del episodio más aclamado de la serie, pero se la juega por plantear una parte ácida de
esa relación ser humano-tecnología, llevada a un extremo casi cruel, en el
tortuoso camino hacia la felicidad. El final podría haber sido más
jugado y da la impresión que Brooker no quiso dar el siguiente paso e igualmente
devolvió al amor a la categoría de “ser parte de un destino”, dándole un touch
humano.
Prescindiendo casi por completo
de diálogos, David Slade nos envuelve con muchas referencias cinematográficas
clásicas en "Metalhead". Observamos algo de “Terminator”,
pasando por “Psicosis” y llegando a “Depredador”. Con una duración de 40 minutos (la más
corta de la temporada), y en tono blanco y negro, el guion nos sitúa en un
espectáculo de terror en el ya típico mundo postapocalipsis que plantea la serie. Aquí, un grupo de
tres personas buscan algo en lo que pareciera ser una bodega abandonada,
hasta que se topan con una versión tecnológica del demodog de “Stranger
Things”, dando inicio a una carnicería muy parecida a la de “Depredador”.
El fantástico diseño del villano (clara ironía) y su integración al entorno gracias a efectos especiales
perfectos, son aciertos potentes del episodio. Los tiros de cámara, la
exageración de la actriz (muy bien Maxine Peake) y la música de clavicordios
delirantes, son un homenaje a “Psicosis” y al cine de suspenso de los ’60,
cerrando esta historia con un final tan negro como reflexivo.
Con una estructura
ramificada, Colm McCalthy reimprime el terror de “Outcast” en
el recorrido que una chica hará por un museo. Los flashbacks y el
ritmo trepidante hacen que la historia de “Black Museum” sea la mejor trabajada
y lograda de la temporada. Es cierto que repite la estructura del inolvidable
“White Christmas”, integrando tres historias diferentes que acaban entrelazadas
con la trama principal, pero está ejecutado con precisión y nos devuelve el espíritu
“Black Mirror”, porque funciona como buen final de serie. La naturaleza del
museo es otro conjunto de guiños a episodios de temporadas previas y los de
esta misma sesión: Rolo Haynes es el responsable de este lugar y es presentado como un charlatán
estupendamente interpretado por Douglas Hodge y que comparte similitudes con el
personaje de Jon Hamm en “White Christmas”, mientras que "San Junipero" es otra referencia
evidente al ser el nombre del hospital donde trabajaba Haynes; también está la
máquina de ADN que se usó en “USS Callister”. Visto de esta forma, el episodio
le da globalidad a la temporada, lo que sumado a los mencionados autohomenajes dan como resultado una cuarta temporada cohesionada, quizás la más cohesionada
de la serie, porque la sugerencia del creador de que todo ocurre dentro un
mismo universo, se reafirma con claridad en este episodio. El final, punto
débil de varios de los capítulos, tiene tal carga de ironía que se adueña
prácticamente del nombre de la serie. ¿Detalles negativos? que Letitia Wright brilla en los 5 minutos que le da la trama para destacar; quizás la podrían haber
aprovechado más, junto con los parajes desérticos del exterior del lugar y que
contrastaban radicalmente con la modernidad del extraño museo. No hubo mayor
alusión a ese aspecto.
En resumen, seguramente ninguno
de estos seis episodios pasará a la parte alta del ránking de los seriéfilos, a pesar de que esta cuarta temporada quiso seguir invitando a la
reflexión sin ser tan impactante como la anterior. “Black Mirror” nunca ha sido
un alegato anti-tecnología ni anti ser humano, simplemente ha jugado con
maestría a mezclar ambos conceptos y mostrar el choque que produce la fórmula
debido, principalmente, a la imperfección humana. En ese propósito ha cumplido otra vez
porque no transó su esencia y no se dejó enceguecer por los flashes que,
merecidamente, le produjo la temporada 3.
Esta ha sido una temporada de
transición y que quiso ser equilibrada, sin tocar temas políticos, raciales, ni sexuales. Como todo equilibrio, siempre hay riesgo de caer, y si se estuvo cerca de eso es tarea de Charlie Brooker y Netflix definir qué es lo que quieren de esta fórmula.
Porque si de explorar límites se trata, “Black Mirror” puede y debe seguir dando mucho
más.
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